miércoles, 11 de septiembre de 2019

¿Y PARA CUÁNDO VAMOS A TOMARNOS EN SERIO LA AMAZONÍA COLOMBIANA?

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Por: Hernán Felipe Trujillo Quintero

Las imágenes de las últimas semanas son escalofriantes: miles de hectáreas de bosque húmedo amazónico se pierden en todo Sudamérica. En el 2019 la deforestación de la Amazonía del Brasil ya sobrepasó el millón de hectáreas, en Bolivia las llamas se han consumido unas 500 mil hectáreas y en Perú la deforestación en este bioma superó las 100 mil hectáreas. Es un fenómeno sin tregua donde no importa la tendencia política. Sus gobiernos, de variopintas vertientes, se preocupan en escenarios internacionales por canalizar recursos de cooperación en temas de conservación para la Amazonía (aprovechando las denominadas “preocupaciones comunes”), pero al mismo tiempo, generan incentivos perversos que degradan día a día el territorio más biodiverso del mundo. En adelante, intentaré contextualizar el caso colombiano.

Las zonas de Colombia donde se abrazan los bosques húmedos tropicales de la Amazonía con las montañas andinas son cada vez menos biodiversas, sus suelos pierden los pocos nutrientes que contienen y fluye menos agua que en años anteriores, fenómenos que se han acelerado en el nuevo siglo por la deforestación. Sus causas pueden resumirse en dos elementos: las reglas definidas por el Estado para la propiedad rural y la rentabilidad de las actividades económicas.

En la primera, el Estado diseñó incentivos perversos para la ocupación de bienes baldíos en el siglo XX (ley 200 de 1936, ley 135 de 1961, entre otras), reglas que persisten en la mente de los campesinos y empresarios del campo que se apropian de los territorios recién deforestados, aún cuando las normas que regulan su acceso hayan sido modificadas desde la década de los noventas con la figura de la función ecológica de la propiedad y hayan aparecido sanciones penales y administrativas por vulnerar las normas ambientales. Sin lugar a dudas, la legislación no logró armonizar las relaciones de facto que ocurren en la frontera agrícola y los bosques amazónicos se pierden a un ritmo cercano a las 150 mil hectáreas por año.

En cuanto a la segunda, la interacción de miles de especie que han hecho de esta región una de las más biodiversas del mundo ha sido remplazada por ganado vacuno, pastos y cultivos de coca, actividades que soportan los flujos monetarios en la región. Se transforman 1,3 hectáreas de bosques para poner a vivir una vaca, haciendo que la tasa de producción ganadera esté por debajo del promedio nacional. El valor económico de cada hectárea deforestada en la Amazonía es de $410.000 anuales para el 2018 y se reduce en un 5% cada que se aleja un kilómetro cuadrado de los Andes por los altos costos de transporte y logística.

La racionalidad económica compara el precio de cualquier actividad productiva con el de los bosques que se estima en cero pesos, resultando evidente el incentivo de la deforestación. Los árboles amazónicos han dado paso a potreros que soportan una actividad económica con un elevado costo socio-ambiental y sus consecuencias son evidentes con la pérdida del corredor biológico entre los Andes colombianos y la Amazonía.

Los impactos de la crisis climática en la zona de piedemonte amazónico aumentan en la medida que se desintegran los bosques: reducción en los niveles de lluvias para la segunda mitad del siglo XXI, aumento de incendios forestales que incrementarán la tasa de deforestación y pérdida de capacidad productiva de los suelos que reduce la eficiencia de las actividades económicas y presiona la ampliación de la frontera agrícola.

La estabilidad climática de los Andes (donde se ubica Bogotá) depende de lo que ocurre en esta región olvidada del país. El agua y la seguridad alimentaria de los grandes asentamientos humanos está en riesgo debido a la mirada marginal de la Amazonía por parte del mercado, que no logró asignar de manera eficiente el patrimonio natural por considerarlo gratuito y del Estado, que no logró ejercer soberanía sobre los factores bióticos y abióticos dejándolo a la suerte de quien se atreve a ocupar dichas áreas olvidadas, quienes han creado sus propias reglas de apropiación y convivencia.

Contener la deforestación es la única opción y debe concentrar todos los esfuerzos (nacionales e internacionales, públicos y privados) para llevarla a cero. Los plazos deben ser cortos entendiendo que los costos de oportunidad son enormes y no podemos tolerar incrementos sobre estimaciones conservadoras como las que se encuentran en el actual Plan Nacional de Desarrollo del gobierno Duque (se aceptarána 165 mil hectáreas deforestadas para los próximos 4 años en la Amazonía).

Recuperar la conectividad entre los Andes y la Amazonía garantiza una mejor adaptación a la crisis climática del país y será una gran oportunidad para buscar la reconciliación nacional con un territorio que aún permanece en el olvido.