viernes, 16 de noviembre de 2012

SECTOR MINERO-ENERGÉTICO EN COLOMBIA: ENTRE LAS RENTAS PRESENTES Y LA MISERIA FUTURA.


Más rentas, más problemas.

Mientras la dinámica de extracción de minerales en Colombia sigue creciendo a pasos de gigante, también lo hacen los impactos ambientales y sociales que devastan el capital natural y potencializan el conflicto armado presente en el país. Esta es la realidad de la locomotora más veloz del gobierno Santos, que inició su aceleración en el anterior gobierno de Uribe.

El incremento de la inversión extranjera en el sector minero-energético, presentado como un indicador de buen gobierno, hace parte de un sofisma que pretende reconocer como riqueza la extracción de recursos abióticos (como los minerales e hidrocarburos) y los precios de sus derivados consolidados en mediciones económicas que determinan el progreso de una sociedad a partir del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), pero que esconden la destrucción del capital natural y sumen a miles de comunidades en la pobreza absoluta.


Todos por el auge minero-energético, nadie por el ambiente.

En Colombia se invirtieron cerca de 7.671 millones de dólares en el año 2011 para incentivar el sector minero-energético, y en los últimos años se fortaleció la institucionalidad para el manejo del territorio con potencial de hidrocarburos y minerales con la creación de la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) y la Agencia Nacional de Minería (ANM), ambas adscritas al Ministerio de Minas y Energía. Así mismo, dado el incremento en la solicitud de licencias ambientales, instrumento de política ambiental necesario para la realización de proyectos que tienen grandes impactos socio-ambientales, se hizo necesario la creación de la Agencia Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), organismo adscrito al Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.

Las regalías (royalities), ingresos del Estado derivados de las actividades extractivas de recursos abióticos que le pertenecen, se presentan como el incentivo gubernamental para mantener el modelo extractivista del Estado. Se estima que para los próximos 10 años se recibirán cerca de 100 billones de pesos, y el Marco Fiscal de Mediano Plazo de 2012[1] señala que el crecimiento de este año estará explicado por los recursos dinamizadores provenientes de del sector minero-energético, y por el gasto de inversión de los gobiernos regionales y locales con el nuevo esquema de regalías.

Así las cosas, hemos construido un Estado especializado en materia minera, que basa sus éxitos en la cantidad de minerales e hidrocarburos extraídos y la cantidad de regalías obtenidas para financiar un aparato cada vez más grande –dada la especialización y el incremento de las demandas sociales-, pero con un detrimento en su capital natural. En otras palabras, hay una fuerte institucionalidad minera junto a una débil institucionalidad ambiental.

Las rentas mineras también son perseguidas por grupos armados al margen de la ley que extraen los recursos abióticos sin ningún control institucional ni escrúpulo, agravando el conflicto armado del país, e incrementando los impactos ambientales de dichas actividades. Todos juntos: guerrilla, bandas criminales, Estado, transnacionales y comunidades mineras, encuentran una estabilidad transitoria en los recursos económicos derivados de actividades extractivas en el suelo y subsuelo colombiano, pero desatienden los impactos que traerán para el país los cambios en la vocación del territorio que provee servicios ecosistémicos esenciales por la estabilidad de sus biomas –agua, aire, reciclaje de residuos, captura de carbono, entre otros-.

La potrerización del país es la consecuencia inmediata de ordenar el territorio basándose en el potencial minero y de hidrocarburos, por encima de la ordenación ecológica, buen indicador de la preferencia del Estado colombiano por los ingresos presentes y del desconocimiento que se tiene de nuestra gran diversidad biológica contenida en sus ecosistemas. Santos -y sus antecesores- tienen una deuda ambiental con el país.


Nuevas medidas de riqueza.

El Índice de Riqueza Inclusiva (IWI, por sus siglas en inglés) aporta elementos al debate aquí planteado. El IWI es un índice que mide el bienestar de los países desde un enfoque de sostenibilidad, y reconoce como elementos de riqueza al capital manufacturado (PIB), al capital humano (educación y habilidades) y al capital natural (combustibles fósiles, bosques, minerales, pesquerías y tierras para la agricultura). Se sostiene bajo una premisa básica: el bienestar intergeneracional incrementa sólo si la riqueza (medida en precios) incrementa en el mismo periodo de tiempo. De esta manera, la extensión del concepto de riqueza -usualmente reducido al PIB- reconoce el impacto que tiene la destrucción del capital natural y el capital humano en el crecimiento económico tradicional.

En el cálculo del IWI resaltan dos asuntos importantes para el país: i) para el periodo 1990-2008 Colombia tuvo un crecimiento anual del PIB de 2,01% en promedio, mientras que el capital natural decreció en el mismo periodo un 0.39% anual; y ii) el cálculo del IWI ajustado para cada habitante tuvo una disminución anual en el mismo periodo de 0.08%. Esto quiere decir que en el 2008 los habitantes de Colombia tenían 1.58% menos riqueza –o bienestar- que en el año 1990, pérdida atribuida a la destrucción del capital natural, en especial, la extracción de combustibles fósiles, el deterioro de tierras de cultivo, el aumento de pastizales y el deterioro de los bosques[2].


¿Qué es lo que buscamos como bienestar en Colombia?

La gruesa chequera del Estado y de las empresas minero-energéticas contrasta con la destrucción del capital natural que provee servicios ecosistémicos esenciales para el hombre y otras especies vivas, sin contar los impactos sociales que afectan las comunidades aledañas a los proyectos extractivos, y la exacerbación del conflicto armado en el país. Se privilegia el presente con las actividades que destruyen nuestro bienestar –como lo demuestra el IWI-, y celebramos las noticias que reportan aumentos en la extracción de petróleo, carbón, oro y níquel, sin siquiera ocuparnos de los impactos que generaron.

Oponerse a la extracción de recursos abióticos, sin embargo, es un galimatías. No se trata de sacar de nuestra estructura económica al sector minero-energético, sólo se trata ordenar el territorio ambientalmente, definiendo cuáles son los ecosistemas estratégicos que deben conservarse, y una vez establecidas las prioridades en materia ecológica, ahora sí organizar el territorio en materia minera y petrolera, no al revés. Esto implica: i) la identificación de la diversidad biológica que tiene el país y el reconocimiento de su capital natural para otorgarle el valor real que merece, asunto en el que el país está rezagado, ii) la participación de las comunidades que se ven impactadas directamente para que compartan la visión del mundo sobre el territorio en el que habitan, y iii) la definición de prioridades para el país en el mediano y largo plazo.

Estos serán los asuntos que ocupen la agenda pública de Colombia en los próximos años, y de los límites que se pongan a la actividad minero-energética, y de la reorganización ambiental del territorio, dependerá el bienestar de los colombianos. Por eso se hace impostergable la discusión, para saber con claridad cuáles son los impactos del modelo de desarrollo al que le estamos apostando, y cuál es el que queremos.   




[1] Disponible en: http://www.minhacienda.gov.co/portal/page/portal/MinHacienda1/MARCO%20FISCAL%20DE%20MEDIANO%20PLAZO%202012.pdf
[2] Disponible en: http://www.unep.org/newscentre/default.aspx?ArticleID=9174&DocumentID=2688

domingo, 24 de junio de 2012

CONCLUSIONES RÍO+20: DESESPERANZA MUNDIAL, TOMANDO EL CAMINO HACIA EL NO RETORNO.


Nacía una esperanza.
La esperanza que el mundo civil tenía en la Conferencia de Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible (CNUDS) Rio+20 acabó derrumbándose. Las expectativas sobredimensionaron la voluntad política de los países allí reunidos. El punto hacia el no retorno se acerca, y el mundo lo mira con indiferencia, con desgana, con total desconocimiento de las consecuencias para la vida en el planeta tierra.

Veinte años atrás, quizás en la Conferencia de Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible más productiva de todas las relacionadas con la temática ambiental, reunida en Río de Janeiro (Brasil), los países que hacen parte de Naciones Unidas se comprometieron con la protección de la biodiversidad y la disminución de emisión de gases efecto invernadero. La esperanza de retroceder el ritmo de destrucción de la vida era presumible para los años siguientes.  

20 años, y sin avances en materia ambiental.
Para 2012, los retos estaban por el lado de los combustibles fósiles utilizados para la generación de la energía que consume el mundo. La magnitud en la extracción y quema de petróleo, gas y carbón explica la disminución de la biodiversidad del planeta, exacerba conflictos nacionales e internacionales, los gases liberados aportan al cambio climático, y la contaminación del aire afecta la salud humana. Nada ha cambiado desde Río 1992.

La Agencia Internacional de Energía estima que para el 2050 al menos 70% de la energía que se consumirá en el mundo se seguirá obteniendo, como hoy, a partir de la quema de combustibles fósiles. La OCDE va más allá, y cree que la participación de combustibles fósiles no será menor de 85%.

El cambio de generación de energía con fuentes fósiles hacia energías renovables es imperativo. Incentivos desde el punto de vista económico, consciencia de las consecuencias de la inacción, y voluntad desde el punto de vista político para corregir los fallos que se presentan dentro del mercado son algunas de las propuestas para cambiar la agresiva emisión de carbono.

El mundo necesitaba que en la reunión de Río+20 los países se comprometieran a cambiar su mix energético hacia fuentes renovables, y un primer avance era el desmonte al subsidio de combustibles fósiles, presente en la mayor parte de economías del mundo. No hubo acuerdo para ello. Incluso, hubo posiciones como la de Venezuela que defienden los combustibles fósiles como eficientes y sostenibles. Estas declaraciones, aunque parezcan aisladas, irresponsables e irracionales, en la práctica explican los resultados de la CNUDS.

Por otro lado, el mundo sigue sin tener una organización que tome en serio los asuntos ecológicos y ambientales. La propuesta de Francia para crear una agencia que fuese el organismo especializado en el manejo del medio ambiente mundial dentro de Naciones Unidas, buscando trascender el actual Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), y con la intención de generar instrumentos que obliguen a las economías del mundo a poner límites a los procesos económicos, no tuvo eco en la CNUDS del 2012. Nada cambió en materia institucional.

Río+20 tampoco logró conseguir los recursos necesarios para financiar la conservación de bosques tropicales a través de mecanismos REDD. La creación de un fondo de US$30.000 millones anuales, provenientes de diferentes fuentes quedó frustrada. Mantener en pie los bosques será cada vez más difícil en los países del Sur.

La apuesta de la economía verde, título floreciente dado a la declaración emanada en Río, tampoco será obligatorio. Se exhorta a los países para que enfoquen sus políticas hacia el crecimiento verde, pero será voluntario.

En Colombia, nada que celebrar.
Colombia, mientras tanto, celebra que su propuesta de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) haya sido acogida dentro de la declaración. Reemplazarán a lo extensamente conocidos Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), planteados hasta el 2015. Los ODS serán, como los ODM, voluntarios. Al igual que la propuesta de economía verde, en nada resuelve los problemas ambientales que aquejan el planeta tierra.

Pero Colombia se destacó por ser uno de los 6 países menos sostenible. Si se descuenta de la producción económica la destrucción del capital natural, el crecimiento de su economía es negativo en términos per cápita. Colombia, entre 1990 y 2008, incrementó su PIB en un 35%, pero capital natural disminuyó 31% bajo las mediciones del nuevo Índice de Riquezas Inclusivas (IWI, por sus siglas en inglés).

La noticia no ha tenido mucho eco, pero significa que el crecimiento económico basado en extracción de commodities no es sostenible, destruye el capital natural y no se repone, deteriora ecosistemas y la biodiversidad del país. Los recursos naturales son finitos y tienen un valor, y su destrucción priva del disfrute de estos recursos a futuras generaciones, por lo que hay que descontarlo del crecimiento económico.

Colombia está lejos de ser una economía que respete su capital natural, así se precie de ser un país megadiverso. Producir a costa de su riqueza natural, en esencia, no es crecer. La trayectoria a largo plazo de la economía basada en la extracción de recursos naturales está condenada al fracaso, y a la destrucción de la vida misma. En Río+20, por tanto, Colombia también perdió.

Retos locales, incertidumbre global.
Ante el fracaso de la CNUDS en Río+20 no hay esperanza en la solución del deterioro global desde el escenario político internacional. Las esperanzas están puestas ahora en la iniciativa privada de las empresas y las familias. Mejoras en la eficiencia energética de la región, investigación y desarrollo que se enfoque en fuentes alternativas de energía, un menor consumo per cápita de la población mundial que disminuya la presión sobre los recursos naturales, y el pago por servicios ambientales para conservación de ecosistemas pueden ser las alternativas, que desde el sector privado, pueden revertir el deterioro ambiental que experimenta el planeta. El riesgo que se corre es que, desde lo local, no se evidencie la magnitud del problema, y el deterioro ambiental termine sobrepasando la voluntad de la iniciativa privada.

El gran perdedor de los tenues consensos de Río+20, sin lugar a dudas, es el planeta tierra y la vida que alberga. El deterioro de las condiciones del ambiente que permiten la supervivencia de las especies es cada vez más notorio, y el punto de no retorno está cada vez más cerca. Cada segundo que pasa la tierra es menos capaz de mantener la vida en su faz, y el hombre es el único responsable de que se agote. Lo paradójico es que intenta darle la espalda en cada oportunidad que tiene de oxigenarla.

domingo, 29 de abril de 2012

DESACELERACIÓN ECONÓMICA Y CAMBIO CLIMÁTICO. RETOS PARA UNA ECONOMÍA VERDE.


La economía mundial mantiene su atención puesta en dos fenómenos que afectan el bienestar de la humanidad: la crisis de deuda pública de los países europeos, y el cambio climático.

Luego de la reunión del G-20 en Ciudad de México, el pasado mes de febrero, y las alertas del Fondo Monetario Internacional (FMI)[1] y el Banco Mundial (BM)[2] sobre las perspectivas económicas de la economía global, es posible advertir que el final de la desaceleración económica de los países de la OCDE, especialmente los que pertenecen a la Comunidad Económica Europea (CEE), está lejos de desaparecer. Los temores por la diminución de la inversión, el deterioro de la deuda pública como porcentaje del PIB, y el aumento del desempleo estructural son señales poco alentadoras para la recuperación de la confianza de las familias y los inversionistas en el mercado internacional.

El problema de la desaceleración económica en los países europeos, que afecta al resto de países por las redes comerciales que sostiene la CEE en una economía abierta y globalizada, y los desalentadores informes del FMI y el BM, se encuentran en que no hay indicios de una recuperación de la inversión. Se evidencia un fenómeno de crowding out, en el que la inversión privada, manifestada en el ahorro privado, se encuentra paralizada por la pérdida de confianza ocasionada por el desafortunado manejo de la política fiscal que desincentiva las inversiones. Las brechas entre los rendimientos negativos de los bonos de deuda-país de Europa y el riesgo que perciben los inversionistas privados en futuros proyectos, afectan la inversión pública, y a la postre, retardan la recuperación de la economía mundial.

Zenghelis[3], en su informe de política publicado en el mes de abril,  señala que se evidencia un fenómeno definido como la paradoja del ahorro, en el que la tasa de acumulación del sector privado, especialmente del sector financiero, se elevó debido a que disminuyeron los créditos por la incertidumbre en el manejo de la política fiscal. De esta manera, las fuentes de financiación de nuevos proyectos se encuentra estancada por la falta de crédito –léase inversión- proveniente de la iniciativa privada.

El cambio climático, por su parte, ha dejado de ser una preocupación de académicos, ambientalistas y técnicos de gobierno. Su impacto ya lo siente la economía global. Para el BM, en lo que va corrido del 2012 el precio mundial de los alimentos se ha incrementado en un 8% por cuenta de él. El impacto no sólo se siente en las economías emergentes y los países con bajos ingresos por el efecto renta que afecta el bienestar de sus habitantes, sino en el desabastecimiento de alimentos en los países que pertenecen al OCDE.

En los últimos 5 años, se acentuaron las temporadas de sequías y lluvias en los países del trópico –países del sur-, lo que desequilibró los servicios ambientales que suministraban los ecosistemas. La atención de desastres por cuenta del cambio climático representa, para los países latinoamericanos, cerca del 3% del PIB. Aunque los principales emisores de GEI han sido los países desarrollados  -pertenecientes a la OCDE-, los impactos son recibidos por los países del sur –países emergentes y con bajos ingresos- quienes deben destinar presupuesto público en mitigar y adaptar los impactos del cambio climático, en una clara situación de inequidad mundial.

La economía verde intenta conciliar las problemáticas aquí advertidas. El mundo debe volcarse a una economía con baja emisión de carbono, así como debe procurar esfuerzos por incentivar la inversión privada para salir de la desaceleración en la que se encuentra.

Las fallas de mercado y las externalidades, que comúnmente son abordadas en los conflictos entre economía y ambiente, pueden ser superadas si los esfuerzos de la inversión privada mundial se concentran en proyectos que promuevan la eficiencia energética, baja utilización de carbono y menor utilización de recursos naturales, procurando un crecimiento económico basado en la innovación con altos incentivos de retornos en el corto plazo. Estos son procesos de crecimiento endógeno basados en innovación verde.

La inversión en infraestructura, por su parte, desde ser la apuesta de las economías que se encuentran en desaceleración debido a que es un sector nodo que incentiva la actividad económica. La sinergia público-privada puede significar la recuperación de la confianza de los inversionistas si se concentran en la generación de infraestructura energética basada en fuentes renovables. Los retornos de la inversión privada se encuentran garantizados por la buena perspectiva de demanda de electricidad mundial, la trayectoria de los precios en el mercado de futuros, y los incentivos que existen en el mercado internacional para invertir en sectores y tecnologías que promuevan la disminución de quema de combustibles fósiles.


La inversión pública en infraestructura energética de fuentes renovables, por su parte, garantiza la seguridad energética de cada país, reduce el desempleo por invertir en un sector que genera empleo en un horizonte de tiempo muy amplio –a diferencia de aquellos empleos que se generan con la extracción de recursos naturales no renovables-, reafirma el compromiso de cada país en la reducción de emisión de GEI, y motiva la generación de impuestos para superar los problemas de deuda que actualmente mantienen la desconfianza de los inversionistas privados.

Autores como Zenghelis[4], Acemolgu[5] y Aldy[6] señalan que invertir en proyectos de generación de energía limpia, como una estrategia para superar la desconfianza que impera en el sector financiero europeo, puede sacar a la economía mundial de su actual desaceleración. Enfocar el crecimiento económico en la generación de energías limpias es transitar hacia una economía verde, hacia un crecimiento sostenible.

Para economías emergentes como las Latinoamericanas, enfocar sus esfuerzos en la recepción de inversión extranjera directa en el sector energético de energías limpias puede reducir la dependencia que actualmente tienen en la extracción de recursos no renovables, puede garantizar un crecimiento económico sostenido en un horizonte de tiempo mucho más amplio, y pueden plantear políticas de mitigación y adaptación del cambio climático de una manera mucho más coherente.

La economía verde exige hacer tránsito de un crecimiento basado en la quema de combustibles fósiles, a un crecimiento basado en procesos intensivos en innovación verde y generación de energía limpia. Sólo así es posible plantear legislaciones coherentes con la mitigación y adaptación al cambio climático.



[1] International Monetary Fund. 2012. Restoring Confidence Crucial to Rebuilding World Recovery,
IMF Survey Magazine, [online] 28 January. Disponible en: http://www.imf.org/external/pubs/ft/
survey/so/2012/NEW012812A.htm
[2] World Bank. 2012.  Global economics prospect. Uncertainties and vulnerabilities. Volume 4, [online] January. Disponible en: http://siteresources.worldbank.org/INTPROSPECTS/Resources/3349341322593305595/8287139-1326374900917/GEP_January_2012a_FullReport_FINAL.pdf
[3] Zenghelis, Dimitri. 2012. A strategy for restoring confidence and economic growth through Green investment and innovation. Grantham Research Institute on Climate Change and the Enviroment. [online] April. Disponible en: http://www.businessgreen.com/digital_assets/5209/Growth_through_green_investment.pdf    
[4] Ibídem.
[5] Acemoglu, D., Aghion, P., Burszytyn, L., and Hemous, D., 2010. The environment and directed technological change. [pdf] GRASP Working Paper 21, mimeo Harvard. Available at: http://www.economics.harvard.edu/faculty/aghion/files/Environment%20and%20Directed.pdf
[6] Aldy, J., 2012. A preliminary review of the American recovery and clean energy package. Washington D.C. Resources for the Future.

lunes, 2 de abril de 2012

DOS SIGLOS HAN PASADO, Y LA INFRAESTRUCTURA SIN RESOLVERSE.


A propósito de los atrasos de la locomotora de la infraestructura en Colombia, resulta interesante revisar el papel de las vías de comunicación del país en la consolidación de mercados fragmentados, y la dificultad histórica para resolver el transporte de mercancías a lo largo de la geografía nacional.

En la época de la colonia, fueron muchas las dificultades que experimentaron quienes se atrevieron a emprender empresas. El problema de comunicación entre las principales ciudades de la colonia daba cuenta del difícil acceso a las regiones que hoy componen nuestro país. Caminos como los que comunicaban a Cartagena con Santa Fe, importantes para el comercio textil y bienes suntuarios, podrían durar alrededor de dos meses.

Para recorrer la distancia entre Cartagena y Honda, el transporte se realizaba a bordo de un Champán o embarcación rústica. Las mercancías se embarcaban en un viaje río arriba, por el Magdalena (río Grande), haladas por los zambos, mejor conocidos como bogas, a merced de las inclemencias del clima, ataques de tribus indígenas que no había sido posible encomendar, y las enfermedades de los zambos que podían retardar el viaje unos días más, mientras conseguían nuevos brazos.

Llegados a Honda, la mercancía emprendía un ascenso en un territorio hostil y boscoso hacia la sabana del altiplano cundiboyacense, en la cordillera oriental de los Andes. Los caminos empinados y escabrosos representaban el último obstáculo que debían superar quienes se atrevían a llevar bienes a Bogotá subidos en caballos y mulas, y ayudados por indios. Debían pasar por ríos y quebradas sin puentes, y que por cierto fueron construidos hasta bien entrado el siglo XX.  Desde luego que los productos perecederos traídos de un lugar a otro no llegaban siquiera a Honda, pues como lo relatan los viajeros de la época “la humedad carcome hasta la piel de los esclavos”.

El comercio se limitaba a mercados locales cercanos a los centros urbanos que producían los bienes y mercancías, pudiendo identificar tres focos de comercio. El primero se conformó en el occidente, en las cordilleras central y occidental, y giró en torno a la actividad minera, alrededor de Popayán y Santa Fe de Antioquia. El segundo se conformo en el centro-oriente, en los territorios de la cordillera Oriental, y se consolidaron haciendas agrícolas y manufacturas artesanales, alrededor de Tunja, Santa Fe y El Socorro.  El tercero, hacia la Costa Atlántica, se encontraba volcado a las actividades comerciales de productos provenientes del exterior, y encontraron en Cartagena y Santa Marta sus principales puntos de interés.

El circuito económico giraba en torno a las necesidades de las principales ciudades de las regiones. Y como el poder colonial estaba supeditado a lo político, la economía giraba en torno a las necesidades políticas de cada una de las regiones. El comercio entre ellas, por tanto, era una utopía por los altos costos de transporte.

Hoy, por supuesto, tenemos medios de transporte inimaginados en aquellos tiempos bicentenarios,  el comercio se ha multiplicado en millones, y las principales ciudades han cambiado –sólo Bogotá y Cartagena mantiene importancia nacional-. A pesar de lo anterior, las vías de transporte, especialmente las terrestres, presentan las mismas dificultades en relación a los altos costos en el transporte de mercancias entre ciudades y puertos que se presentaban en la colonia.

El principal corredor vial para la entrada y salida del comercio con el mundo Bogotá-Buenaventura posee solamente una ruta de acceso, el tiempo de desplazamiento promedio es de 18 horas, posee trayectos de un solo carril representando cerca del 40% del recorrido, y presenta tramos de alta accidentalidad como el de Cajamarca-Calarcá, en el paso de La Línea.

Por otro lado, la carretera Bogotá-Barranquilla, corredor importante para el comercio con Europa,  posee el 80% de su recorrido con un solo carril, su tiempo de recorrido tarda alrededor de 22 horas, y tal como ocurre con el anterior corredor, la adjudicación de la Ruta del Sol ha tenido que superar un sinnúmero de traspiés.

Los impactos del cambio climático, la degradación y deforestación de la cobertura boscosa, y la ganadería extensiva han devuelto a la memoria de los colombianos las inclemencias del paso Bogotá-Honda, obligado para quienes van de la capital colombiana a la costa atlántica. El comercio es aún muy vulnerable por esta ruta bicentenaria.

En estos dos siglos de República, todos los proyectos para mejorar de infraestructura colombiana han demorado su ejecución, y las nuevas licitaciones otorgadas en los tramos Bogotá-Girardot-Ibagué, y el túnel de La Línea, importantes para mejorar la competitividad del país, han tardado por temas contractuales, han subestimado los presupuestos y se duda de los consorcios por su capacidad técnica y financiera.

Estos dos ejemplos reflejan la realidad vial de todo un país. Perdimos la oportunidad histórica de mejorar nuestra malla vial nacional en el siglo XX, en gran medida por la falta de voluntad política de los gobiernos de turno; y hoy, en pleno siglo XXI, con lo grandes avances de la ciencia en ingeniería, seguimos perdiendo competitividad en un contexto de libre comercio, y en presencia deTLC's con Estados Unidos, Europa y Asia.

La sola asignación presupuestal de los proyectos de infraestructura vial no garantiza la terminación de las obras, como lo muestran innumerables ejemplos, y mientras tanto, 202 años después, nuestra difícil geografía sigue siendo citada para justificar los problemas que tenemos en nuestra infraestructura vial. 

domingo, 25 de marzo de 2012

PROSPERIDAD ECONÓMICA Y NECESIDADES SOCIO-AMBIENTALES. RETOS PARA AMÉRICA LATINA.


En menos de un mes se realizaron dos importantes eventos para América Latina: la IV Cumbre de las Américas y la reunión del BID en Montevideo. Al finalizar estos encuentros, el mensaje que se ha querido trasmitir a la comunidad internacional es claro: el escenario para América Latina en la próxima década es optimista debido a la trayectoria de los precios de los bienes primarios, la disminución de la exposición de los países al crédito internacional con el aumento de deuda pública emitida localmente, la efectividad de las políticas fiscales anticíclicas, el nivel de precios estable y las mayores posibilidades de emplear el tipo de cambio como un amortiguador ante las perturbaciones de la economía global. 

Se advierten, además, algunas vulneraciones para la región debido a la dependencia de productos primarios,  la llegada masiva de capitales del exterior, aumento del crédito interno, la debilidad fiscal por el aumento del gasto público en los últimos años, y la influencia de los bancos europeos. Dichas advertencias, se cree, no opacarán los buenos resultados que se esperan para los próximos años.

Las necesidades para la región también fueron discutidas en Colombia y Uruguay, y saltan a la vista los resultados poco alentadores en materia de reducción de pobreza, la inequidad de género, la vulneración de los derechos de los niños y niñas, el retraso en infraestructura,  la creciente oposición de las comunidades locales a la llegada del auge minero-energético, y el retroceso de los bosques tropicales. Los rezagos en materia socio-ambiental se constituyen en el principal reto del optimismo económico.

La llegada masiva de inversiones provenientes de Norteamérica, Europa y Asia se enfocará en el sector minero-energético. Petróleo, gas, oro, carbón y cobre seguirán siendo los motores del crecimiento. El aprovechamiento de recursos naturales es la apuesta de todos los gobiernos latinoamericanos,  se constituye en una de las principales fuentes de generación de recursos para la superación de problemáticas internas, y continuará con la trayectoria de convergencia de crecimiento del producto en una clara redistribución del ingreso entre los países del mundo. Los impactos generados en el campo social y ambiental, sin embargo, no se descuentan del crecimiento económico en Latinoamérica, aunque se generan dentro del ciclo de vida de los proyectos, e incluso trasciendan en tiempo y espacio; así como tampoco son compensados por las empresas que operan en este sector.

El optimismo presente en la región se debe principalmente a las buenas perspectivas de los precios de los commodities en el mercado internacional, pero las preocupaciones están puestas en los impactos que traerá concentrar el aparato económico en la extracción de bienes primarios. Boom minero-energético e impactos socioambientales serán, por tanto, los componentes que definirán la política económica, social y ambiental de los países latinoamericanos para los próximos años.

Una equivocada valoración de nuestros recursos naturales –incluidos los impactos que genera su extracción- puede convertir el optimismo en una percepción errónea de los policy makers latinoamericanos. Las vulneraciones advertidas en la reunión del BID en Montevideo y en la Cumbre de las Américas, y que parecen inofensivas para la Década de oro de Latinoamérica, se puede transformar en un cáncer que acabe con las ilusiones de progreso y desarrollo de la región si no se aprovecha la oportunidad para exigir a las empresas multinacionales un estricto respeto por el ambiente y cumplimiento de cada una de las legislaciones nacionales existentes, compensaciones que protejan la biodiversidad, y contribuciones parafiscales que aporten al mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes locales, fuera del pago de los royalities.

El problema no es oponerse al optimismo que impera en la región, y tampoco negarse a la llegada de inversiones en el sector minero-energético. Lo importante, entonces, es reconocer los impactos que se generan al volcar la actividad económica al sector minero; que la responsabilidad es compartida entre la empresa y el Estado, y que deben plantearse mecanismos de compensación más amplios que den cuenta de los impactos ambientales y sociales, y que a partir de estos se pueda garantizar la sostenibilidad desde lo local. 

domingo, 11 de marzo de 2012

APROVECHAMIENTO DE RECURSOS NATURALES, UNA DISYUNTIVA PARA SUDAMÉRICA.


El año 2012 inició con agitaciones sociales en los países del sur de América contra proyectos minero—energéticos.

Los indígenas ecuatorianos marchan a la encumbrada Quito para presionar la cancelación de un megaproyecto de cobre concesionado a la empresa Ecuacorriente –de capital chino- por la afectación ambiental y cultural de la Amazonía ecuatoriana. Habitantes de Famatina, en la provincia de la Rioja (Argentina), lograron que el gobierno nacional cancelara un proyecto de extracción minera a cielo abierto, luego de manifestaciones y marchas de sus habitantes hacia Buenos Aires. Las provincias de Celendín y Cajamarca en Perú mantienen confinadas las vías del sur del país, con el objetivo de bloquear la continuación del proyecto minero Conga, operado por Yanacocha, y ubicado en la cordillera de los Andes.

Un fallo de la Corte de Apelaciones de Antofagasta dejó sin efectos la calificación ambiental del proyecto Termoeléctrico Castilla, liderado por la brasilera MPX, luego que ambientalistas y habitantes del área de influencia del proyecto protestaran e impulsaran un recurso de protección, lo que afecta el desarrollo de futuros proyectos mineros en Chile. Habitantes del departamento del Huila resisten la construcción de la Hidroeléctrica El Quimbo, de la empresa Emgesa, considerada por el gobierno colombiano como estratégica para la producción energética del país, y que se construye sobre el río Magdalena.

Los gobiernos de Sudamérica enfrentan un auge minero-energético por cuenta de la riqueza de sus recursos naturales, los altos precios de los commodities en el mercado internacional, y el incremento de inversión extranjera directa en la región. Sudamérica ha dejado de ser una región despreciada por el resto de países continentales. Mientras que el mundo se encuentra sumido en una crisis por cuenta del exceso de endeudamiento de los países europeos, los países del Sur de América están creciendo a tasas superiores al promedio global.

La estabilidad económica que hoy experimenta la región se debe, fundamentalmente, a la explotación de sus recursos naturales, que cobran una importancia mayor a medida que se agotan las fuentes energéticas mundiales. El auge experimentado por estos países, señala el BID y el Banco Mundial, debe ser una oportunidad para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, reducir el déficit fiscal del gobierno central, fortalecer el sector industrial, ampliar los servicios básicos que provee el Estado y mejorar la infraestructura interna para aumentar la competitividad.

La hipótesis de la convergencia del crecimiento económico parece cumplirse en Sudamérica, pero no por la incorporación del progreso tecnológico de los países que crecen a partir de procesos intensivos de innovación, sino por el agotamiento de sus recursos naturales no renovables impulsado por una creciente demanda energética mundial, y los altos precios de bienes primarios.

Al margen de las discusiones teóricas del crecimiento económico y las teorías del desarrollo, campesinos e indígenas que habitan las áreas de influencia de los grandes proyectos minero-energéticos en Sudamérica se oponen a su llegada. No se declaran así mismo como ambientalistas, aunque buena parte de las protestas son motivadas por ONG’s con rúbrica verde, más bien reclaman para sí territorios que le han pertenecido por décadas, de los que se han aprovechado generaciones por los servicios ambientales que les provee, y quienes desconfían de la llegada de grandes empresas a sus territorios con proyectos de gran magnitud.

Esta no es una lucha de clases. Lo que parece un movimiento regional, es más bien una preocupación local recogida a lo largo de un buen número de experiencias de proyectos petroleros, mineros e hidroeléctricos en los últimos años, cuyas áreas de influencia no se han beneficiado de las bonanzas del sector minero-energético. Contrario a ello, son receptoras de impactos negativos directos e indirectos, en materia ambiental y social. Estas preocupaciones son elementales, pues si los impactos generados por estas actividades no se ven compensados, siquiera, con el mejoramiento de la calidad de vida de quienes habitan cerca a los proyectos minero-energéticos, no tiene sentido recoger los impactos.

Estos son los retos que tienen las empresas que invierten en Sudamérica en el sector minero-energético, quienes se han visto más interesadas por las proyecciones de precios de los commodities en los mercados internacionales, los costos de producción y los riesgos del proyecto, que en resarcir los impactos que se generan con la operación. Se han limitado a los Estudios de Impacto Ambiental y las medidas de mitigación y compensación de los impactos directos que allí se proponen; pero olvidan los impactos indirectos, como el incremento del costo de vida, la pérdida de biodiversidad, cambios culturales y la pérdida de productividad de la región una vez se agota el recurso natural por el cambio de vocación económica, que son las mayores preocupaciones de los campesinos e indígenas, y cuya responsabilidad es de las empresas.

La rentabilidad de los proyectos, en los próximos años, también va a depender de la aprobación y legitimidad que tengan en las comunidades locales, de allí la importancia que se empiecen a utilizar estrategias como la del Licenciamiento Social, indispensable para lograr que las comunidades se beneficien del auge minero-energético.

También estos son los retos de los Gobiernos de cada uno de los países sudamericanos, quienes deben aprovechar la inversión extranjera directa para continuar con la senda de crecimiento, reducir los niveles de pobreza, organizar sus finanzas públicas y mejorar la infraestructura, pero sin subordinarse a los intereses del sector minero-energético. Las comunidades locales tienen exigencias válidas que no pueden ser desconocidas por cuenta del auge que experimenta la región.

Estos son, a fin de cuentas, los retos del desarrollo sostenible en la América del Sur, quien debe aprovechar esta coyuntura para abrir canales de comunicación con el mundo para conservar los bosques y la biodiversidad presentes en cada uno de estos países, que con el paso de los años adquieren una importancia mayor por parte de la comunidad internacional, debido a los efectos generados por el cambio climático. Los impactos de las operaciones de los proyectos minero-energéticos deben compensar, en su totalidad, los daños ocasionados al ambiente.

Desafortunadamente, es probable que las agitaciones sociales se sigan presentando en los próximos meses –o años- a lo largo y ancho de Sudamérica, si no se equilibran los intereses de las empresas, las comunidades locales y el ambiente. Sudamérica tiene una oportunidad insuperable para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes definiendo muy bien qué debe explotarse, cómo debe hacerse y qué debe conservarse, de esto depende el futuro de nuestras naciones, y del mundo entero.

martes, 14 de febrero de 2012

CARTA ABIERTA A MAURICIO CÁRDENAS SANTAMARÍA, MINISTRO DE MINAS Y ENERGÍA DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA


Respetado Doctor:

Nos encontramos próximos a cumplir la meta de producción de un millón de barriles de petróleo diarios, y Usted, en nombre del Ministerio de Minas y Energía de Colombia, ha anunciado un nuevo pacto entre las firmas petroleras y las comunidades que habitan las áreas de influencia de los proyectos extractivos. De entrada, me parece una propuesta pertinente, no solo por la precaria situación socioeconómica de las personas que habitan territorios cercanos a un pozo exploratorio, a un pozo en producción o un oleoducto, sino por el crecimiento económico del sector petrolero en el país y sus buenas perspectivas a mediano plazo.

El siempre antagónico recurso escaso –entiéndase dinero, petróleo y/o minería- debe tener un medio de interlocución válido para legitimar su expansión con la comunidad que se beneficia o afecta, y esta iniciativa gubernamental abre una vía de comunicación y de discusión en torno al papel de las empresas petroleras –y mineras- en el desarrollo del país.

Este canal abierto por Usted, lo aprovecharé para plantear algunas inquietudes y propuestas que pueden contribuir en la conservación de nuestros ecosistemas, la calidad de vida de los ciudadanos que viven en las áreas de influencia, y apoyar la continuidad de los proyectos de extracción petrolera en el país. En esta exposición, que contiene tres puntos, haré referencias a criterios académicos y experiencias personales recogidas a lo largo de los últimos 2 años en trabajo de campo a lo largo de las regiones petroleras colombianas.

1. El desarrollo humano –medido a partir de indicadores socioeconómicos- en las regiones petroleras del país es preocupante. Basta con visitar los municipios, corregimientos y veredas que soportan la actividad petrolera para percatarse, de inmediato, que la riqueza extractiva es opacada por la pobreza –en términos de ingresos- de las personas que habitan sus áreas de influencia. Esto resulta inadmisible en un país que le está apostando a sus recursos naturales no renovables como vía para alcanzar la prosperidad de sus ciudadanos.

Me resisto a creer que en un espacio tan pequeño –como un pozo petrolero- puedan convivir, al mismo tiempo, abundancia y escases con una brecha tan gigante. Sin entrar en un análisis de eficiencia-impacto de los recursos invertidos en regalías y RSE por parte del Estado y las compañías petroleras, se observa que la población no ha tenido mejoras considerables en su calidad de vida con la llegada de estos proyectos, situación que ha sido estudiada y corroborada por publicaciones institucionales. Si bien no se pueden desconocer los beneficios que ha traído la extracción de petróleo a las finanzas públicas, con lo que se han podido financiar grandes proyectos sociales del nivel central y de las entidades territoriales, la realidad es que la gente de a pie, aquella que sigue subsistiendo al lado del imponente pozo petrolero, no tiene avances significativas en sus condiciones socioeconómicas. Este es, a groso modo, el diagnóstico de casi todas las áreas de influencia petrolera.

Para revertir esta situación, y aprovechando la iniciativa del Ministro, se hace imperativo modificar los encadenamientos y las relaciones de la industria extractiva hacia la comunidad, con el ánimo de irrigar los beneficios del sector a los ciudadanos que resultan directamente afectados con esta actividad económica.

La respuesta social de las comunidades ante los proyectos petroleros es, sin embargo, diversa y heterogénea. De esta diferenciación depende el manejo de los nuevos pactos que se generen entre la comunidad y la industria petrolera. En general, se pueden distinguir cuatro escenarios según el territorio analizado: i) nuevos con altas expectativas, ii) nuevos con desconfianza, iii) viejos con altas expectativas y, iv) viejos con desconfianza.

El primer escenario puede encontrarse en las fases exploratorias asignadas en los departamentos de Bolívar, Atlántico, Magdalena, Córdoba y Sucre. Los proyectos de exploración y producción petrolera llegan a estas regiones del país por primera vez, la expectativa de la población que habita las áreas de influencia es muy alta, y el nivel de oposición en relativamente bajo.

El segundo escenario es común en regiones como el sur de Caquetá, el suroriente de Arauca, la cuenca del Patía, Guajira y Vichada. Los proyectos de exploración y producción petrolera llegan a estas regiones del país por primera vez, pero las comunidades locales desconfían de la llegada de estas industrias. Las razones pueden corresponder a un desafortunado manejo de grupos de interés de las industrias extractivas no petroleras,  –como en la Guajira-, o a las presiones ejercidas por grupos al margen de la ley a las comunidades de las áreas de interés –como el sur de Caquetá, suroriente de Arauca, Vichada y la cuenca del Patía-.

El tercer escenario corresponde a regiones donde los proyectos petroleros son una realidad desde hace años, sus habitantes conocen de las bondades de articular un sistema económico y social alrededor de la industria extractiva, y observan con beneplácito la llegada de nuevos proyectos, como el caso de Santander, Boyacá, Tolima, Huila, Meta y el norte de Casanare. Sus expectativas con respecto a la llegada de nuevas compañías son elevadas

El cuarto escenario corresponde a territorios en los que se encuentran proyectos petroleros activos, pero el desafortunado manejo de grupos de interés por parte de las empresas, y las presiones por parte de grupos armados ilegales a la población para sacar actividades que no se someten a sus reglas, y/o para evitar la militarización de territorios donde ejercen control. Es el caso del norte de Arauca, Putumayo y Norte de Santander.

Como se observa, el ambiente social depende de las expectativas de los habitantes, el desempeño de las relaciones de la industria petrolera con la comunidad, y los grupos armados ilegales. Las dos primeras pueden ser manejadas, la tercera es una variable que no puede controlarse, pero afecta las anteriores. Hablaremos de las que pueden controlarse.

El manejo de las relaciones de las firmas petroleras hacia las comunidades siempre debe basarse en dos principios: el de reciprocidad, bajo la perspectiva que ambos se necesitan para alcanzar sus objetivos; y el de coordinación, en la medida que deben actuar conjuntamente para alcanzar el máximo bienestar posible teniendo en cuenta la decisión –o situación- del otro. Esto es fundamental para llegar a convenios que beneficien a ambos, como se espera.

Los acuerdos con la comunidad, por su parte, deben actualizarse cada vez que los resultados superen las expectativas. Este debe ser un proceso dinámico, en el que exista sincronización entre lo que se requiere –necesidades- y lo que se da –satisfactores-. Al ser un proceso frágil, como la historia lo ha demostrado, el Estado debe verificar su efectivo cumplimiento para evitar excesos o defectos, y también debe asegurarse que lo pactado se corresponda con las necesidades urgentes o apremiantes de los habitantes de las áreas de interés que no pueden cubrirse con presupuestos estatales.

Este último punto, el concerniente a la financiación de necesidades no cubiertas por presupuesto público, es de suma importancia para el nuevo pacto, debido a que las empresas no pueden ser vistas como Estado, así deban compensar o contribuir los daños e impactos que generan a los bienes públicos y comunes, como las carreteras y los ecosistemas –punto 2-. Si el Estado y la empresa contribuyen a un mismo objetivo, se estará desperdiciando una oportunidad para avanzar en asuntos que son prioritarios y se encuentran por fuera de la esfera del Estado por las restricciones presupuestales, como financiación de actividades agroindustriales para garantizar ingresos a las familias del área de interés de la firma.

Por tanto, la industria petrolera debe saber diferenciarse para poder complementar la actividad del Estado en la zona. Esta sinergia -estoy seguro- es un poderoso canal de transmisión de instrumentos para ayudar a mejorar la calidad de vida de la población, evitando la duplicidad de labores.

En lo que refiere a las expectativas, estas constituyen, a la vez, una ventaja y un problema para cada proyecto petrolero. Ventaja porque facilitan la actividad económica y los procesos de encadenamiento productivo y social, pero se convierten en problema cuando las expectativas económicas y sociales desbordan la realidad de los proyectos o están por debajo de lo esperado, lo que afecta la continuidad del proyecto y los posibles en la misma zona.

Las expectativas deben estar bien aterrizadas, las comunidades han de ser conscientes que la llegada de un proyecto petrolero impacta favorablemente la economía local, pero no es una oportunidad para obtener ingresos desorbitados. Deben articularse a la dinámica económica de manera directa –contratación laboral- o indirecta –a través de venta de bienes y servicios complementarios-. Por su parte, las empresas petroleras deben entender que las expectativas no se pueden subvalorar ni sobrevalorar, si lo que se quiere es mantener un diálogo transparente y de confianza con la comunidad.

Las altas expectativas en los escenarios I y III pueden ser manejadas por las empresas con una acertada estrategia de comunicación que transmita los alcances reales de los proyectos, los tiempos de duración del mismo, y los riesgos e impactos que traerá la actividad económica en temas como inflación petrolera e impactos ambientales. Dicha estrategia comunicativa debe ser constante y dinámica, aun cuando el proyecto no se encuentre asegurado –como en el caso de la fase exploratoria- o esté finalizando. Las bajas expectativas, por su parte, deben coordinarse de afuera hacia adentro, contando siempre con el apoyo institucional del Estado. Así, según el escenario que se evidencie en cada territorio, el manejo debe ser diferenciado, y tiene que responder en todos los casos a las realidades y necesidades de la comunidad del área de interés. El respeto de lo anterior representa una pieza fundamental para la estructuración de los nuevos acuerdos.

Es importante señalar que estos pactos deben vincular al Ejercito Nacional en aquellos territorios donde existan presiones por parte de grupos armados ilegales. Cualquier acuerdo entre empresas petroleras y comunidades puede verse imposibilitado si no se tiene en cuenta este aspecto.

2. El pacto propuesto por el gobierno deben realizarse entre la industria petrolera y el entorno en el que desarrolla su actividad extractiva. Dicho entorno debe incluir a las comunidades humanas y no humanas que conviven en los ecosistemas del área de interés donde se realiza la actividad económica. Restringir los nuevos acuerdos a las comunidades humanas asentadas en los territorios de influencia es desconocer las dinámicas biológicas, ecológicas y económicas que suceden, al mismo tiempo, cuando se pone en marcha un proyecto petrolero.

La extracción de hidrocarburos, en todas sus fases, genera fuertes presiones a la conservación de ecosistemas en zonas tropicales que prestan servicios ambientales vitales para el país y la humanidad, como el caso de la Orinoquía y la Amazonía. Zonas de amortiguación de los Parques Nacionales Naturales, zonas que están delimitadas dentro de la ley 2 de 1959 como Reservas Forestales, o áreas con protección constitucional especial como los Territorios Indígenas, hacen parte de las áreas geográficas que se han concesionado o se concesionarán en las próximas rondas por parte de la ANH, y con seguridad tendrán un impacto importante en ecosistemas estratégicos.  

La fragilidad de estos ecosistemas hace que el Estado colombiano exija los más altos estándares en el manejo de residuos sólidos, vertidos, utilización de fuentes hídricas e impactos a la biodiversidad. Instrumentos como el Diagnóstico Ambiental de Alternativas (DAA) y el Estudio de Impacto Ambiental (EIA), principales insumos técnicos para la expedición de la licencia ambiental en Colombia, se quedan cortos para minimizar los impactos ambientales de la actividad petrolera. Puede hablarse, entonces, de una moratoria ecológica por parte de las empresas petroleras con el país.

Existe un instrumento denominado compensación por pérdida de biodiversidad, que busca retribuir y resarcir los impactos negativos no prevenibles, mitigables o corregibles generados por proyectos extractivos a la biodiversidad; de manera que se garantice la efectiva conservación de un área del mismo tipo de ecosistema con igual o mayor viabilidad, bajo nivel de amenaza y un adecuado nivel de protección. Dicho instrumento es compatible con la metodología general para la presentación de estudios ambientales aprobada por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible mediante Resolución 1503 de 2010.

Las empresas petroleras, dentro del nuevo pacto, deberían aprovechar este instrumento para gestionar compensaciones por la pérdida de biodiversidad en cada proyecto petrolero, sin importar la antigüedad del mismo. Esta sería una señal de compromiso con el desarrollo sostenible del país.

3. El nuevo pacto también debe incluir una nueva relación de las empresas petroleras con el Estado en asuntos fiscales. Este último mes, Guillermo Rudas (http://bit.ly/AeVRci) y Álvaro Prado (http://bit.ly/AErhMi) han descrito una situación que pone al país en una situación de paraíso fiscal para las empresas que explotan recursos naturales no renovables a nivel internacional. 

A partir de la declaratoria de inexequibilidad del artículo 685 del 2001, que establecía la incompatibilidad del pago de regalías con los impuestos nacionales, departamentales y municipales sobre esa misma actividad (Sentencia C-1071 de 2003), el gremio del sector minero solicitó un concepto a la DIAN. La entidad encargada del recaudo fiscal del país determinó que “son deducibles para efectos de la determinación de la renta líquida, las regalías que se causen por la explotación de los RNNR, sin distinción de la clase de contribuyente, siempre y cuando se cumplan los requisitos, que para su procedencia, según el caso, exige la legislación tributaria”. Con esta interpretación, la nación ha dejado de recibir por concepto de impuesto de renta, entre 2005 y 2011, cerca de 2,3 billones de pesos, suficientes para construir 32.560 casas para cerca de 130 mil personas, o para financiar una carrera profesional a 50 mil estudiantes.  

Esto resulta inconcebible, máxime si se tiene se cuenta la moratoria ecológica y la deuda social que tienen las empresas petroleras con el país. Estos recursos son necesarios para garantizar el mejoramiento de la calidad de vida de aquellas personas que, aun teniendo cerca proyectos de grades inversiones, viven en condiciones deplorables.

El nuevo pacto debe incluir, por tanto, un cambio en la reglamentación del código minero para evitar la fuga de esos recursos necesarios para el desarrollo del país. Así mismo, las empresas petroleras deben garantizar al Estado y la ciudadanía en general transparencia en el reporte de producción y utilidades para evitar la elusión y la evasión del pago de regalías e impuesto de renta, situación anotada por Guillermo Rudas, el nivel de confianza que se construya a partir de ello es clave para la continuidad del auge de los hidrocarburos.

Por último, no sobra decir que este mismo pacto social debe hacerse extensivo a todo el sector minero-energético. El avance en estos componentes resulta clave para seguir creyendo en la locomotora en la que estamos subidos como país. Deseo buen viento y buena mar para esta iniciativa por el bien del Estado y sus ciudadanos.