La economía mundial
mantiene su atención puesta en dos fenómenos que afectan el bienestar de la
humanidad: la crisis de deuda pública de los países europeos, y el cambio
climático.
Luego de la reunión del
G-20 en Ciudad de México, el pasado mes de febrero, y las alertas del Fondo
Monetario Internacional (FMI)[1] y el Banco Mundial (BM)[2] sobre las perspectivas
económicas de la economía global, es posible advertir que el final de la
desaceleración económica de los países de la OCDE, especialmente los que pertenecen
a la Comunidad Económica Europea (CEE), está lejos de desaparecer. Los temores
por la diminución de la inversión, el deterioro de la deuda pública como
porcentaje del PIB, y el aumento del desempleo estructural son señales poco
alentadoras para la recuperación de la confianza de las familias y los
inversionistas en el mercado internacional.
El problema de la
desaceleración económica en los países europeos, que afecta al resto de países
por las redes comerciales que sostiene la CEE en una economía abierta y
globalizada, y los desalentadores informes del FMI y el BM, se encuentran en
que no hay indicios de una recuperación de la inversión. Se evidencia un
fenómeno de crowding out, en el que la
inversión privada, manifestada en el ahorro privado, se encuentra paralizada
por la pérdida de confianza ocasionada por el desafortunado manejo de la
política fiscal que desincentiva las inversiones. Las brechas entre los
rendimientos negativos de los bonos de deuda-país de Europa y el riesgo que
perciben los inversionistas privados en futuros proyectos, afectan la inversión
pública, y a la postre, retardan la recuperación de la economía mundial.
Zenghelis[3], en su informe de política
publicado en el mes de abril, señala que
se evidencia un fenómeno definido como la paradoja
del ahorro, en el que la tasa de acumulación del sector privado,
especialmente del sector financiero, se elevó debido a que disminuyeron los
créditos por la incertidumbre en el manejo de la política fiscal. De esta
manera, las fuentes de financiación de nuevos proyectos se encuentra estancada
por la falta de crédito –léase inversión- proveniente de la iniciativa privada.
El cambio climático, por su
parte, ha dejado de ser una preocupación de académicos, ambientalistas y
técnicos de gobierno. Su impacto ya lo siente la economía global. Para el BM,
en lo que va corrido del 2012 el precio mundial de los alimentos se ha
incrementado en un 8% por cuenta de él. El impacto no sólo se siente en las
economías emergentes y los países con bajos ingresos por el efecto renta que
afecta el bienestar de sus habitantes, sino en el desabastecimiento de
alimentos en los países que pertenecen al OCDE.
En los últimos 5 años, se
acentuaron las temporadas de sequías y lluvias en los países del trópico
–países del sur-, lo que desequilibró los servicios ambientales que suministraban
los ecosistemas. La atención de desastres por cuenta del cambio climático
representa, para los países latinoamericanos, cerca del 3% del PIB. Aunque los
principales emisores de GEI han sido los países desarrollados -pertenecientes a la OCDE-, los impactos son
recibidos por los países del sur –países emergentes y con bajos ingresos- quienes
deben destinar presupuesto público en mitigar y adaptar los impactos del cambio
climático, en una clara situación de inequidad mundial.
La economía verde intenta
conciliar las problemáticas aquí advertidas. El mundo debe volcarse a una
economía con baja emisión de carbono, así como debe procurar esfuerzos por
incentivar la inversión privada para salir de la desaceleración en la que se
encuentra.
Las fallas de mercado y las
externalidades, que comúnmente son abordadas en los conflictos entre economía y
ambiente, pueden ser superadas si los esfuerzos de la inversión privada mundial
se concentran en proyectos que promuevan la eficiencia energética, baja
utilización de carbono y menor utilización de recursos naturales, procurando un
crecimiento económico basado en la innovación con altos incentivos de retornos
en el corto plazo. Estos son procesos de crecimiento endógeno basados en
innovación verde.
La inversión en
infraestructura, por su parte, desde ser la apuesta de las economías que se
encuentran en desaceleración debido a que es un sector nodo que incentiva la
actividad económica. La sinergia público-privada puede significar la
recuperación de la confianza de los inversionistas si se concentran en la
generación de infraestructura energética basada en fuentes renovables. Los
retornos de la inversión privada se encuentran garantizados por la buena
perspectiva de demanda de electricidad mundial, la trayectoria de los precios
en el mercado de futuros, y los incentivos que existen en el mercado
internacional para invertir en sectores y tecnologías que promuevan la
disminución de quema de combustibles fósiles.
La inversión pública en infraestructura energética de fuentes renovables, por su parte, garantiza la seguridad energética de cada país, reduce el desempleo por invertir en un sector que genera empleo en un horizonte de tiempo muy amplio –a diferencia de aquellos empleos que se generan con la extracción de recursos naturales no renovables-, reafirma el compromiso de cada país en la reducción de emisión de GEI, y motiva la generación de impuestos para superar los problemas de deuda que actualmente mantienen la desconfianza de los inversionistas privados.
Autores como Zenghelis[4], Acemolgu[5] y Aldy[6] señalan que invertir en
proyectos de generación de energía limpia, como una estrategia para superar la
desconfianza que impera en el sector financiero europeo, puede sacar a la
economía mundial de su actual desaceleración. Enfocar el crecimiento económico
en la generación de energías limpias es transitar hacia una economía verde, hacia
un crecimiento sostenible.
Para economías emergentes
como las Latinoamericanas, enfocar sus esfuerzos en la recepción de inversión
extranjera directa en el sector energético de energías limpias puede reducir la
dependencia que actualmente tienen en la extracción de recursos no renovables,
puede garantizar un crecimiento económico sostenido en un horizonte de tiempo
mucho más amplio, y pueden plantear políticas de mitigación y adaptación del
cambio climático de una manera mucho más coherente.
La economía verde exige
hacer tránsito de un crecimiento basado en la quema de combustibles fósiles, a
un crecimiento basado en procesos intensivos en innovación verde y generación
de energía limpia. Sólo así es posible plantear legislaciones coherentes con la
mitigación y adaptación al cambio climático.
[1] International Monetary Fund. 2012.
Restoring Confidence Crucial to Rebuilding World Recovery,
IMF Survey Magazine, [online] 28 January. Disponible en:
http://www.imf.org/external/pubs/ft/
survey/so/2012/NEW012812A.htm
[2] World Bank. 2012. Global economics prospect. Uncertainties and
vulnerabilities. Volume 4, [online] January. Disponible en: http://siteresources.worldbank.org/INTPROSPECTS/Resources/3349341322593305595/8287139-1326374900917/GEP_January_2012a_FullReport_FINAL.pdf
[3] Zenghelis, Dimitri. 2012. A strategy
for restoring confidence and economic growth through Green investment and
innovation. Grantham Research Institute on Climate Change and the Enviroment.
[online] April. Disponible en:
http://www.businessgreen.com/digital_assets/5209/Growth_through_green_investment.pdf
[4] Ibídem.
[5] Acemoglu, D., Aghion, P., Burszytyn,
L., and Hemous, D., 2010. The environment and directed technological change.
[pdf] GRASP Working Paper 21, mimeo Harvard. Available at:
http://www.economics.harvard.edu/faculty/aghion/files/Environment%20and%20Directed.pdf
[6]
Aldy, J., 2012. A preliminary review of the American recovery and clean energy
package. Washington D.C. Resources for the Future.