El rincón del debate. Análisis de actualidad.
Reflexiones sobre temas ambientales, amazónicos y breves comentarios de coyuntura
domingo, 29 de enero de 2023
¿DETENER LA DEFORESTACIÓN EN LA AMAZONÍA COLOMBIANA? ALGUNAS REFLEXIONES QUE HACEN QUE EL PANORAMA NO SEA TAN OPTIMISTA
sábado, 9 de enero de 2021
2021: EL AÑO DECISIVO PARA LA AMAZONÍA
Después de un 2020 para olvidar en materia de conservación de bosques amazónicos, con una deforestación esperada cercana a las 100 mil hectáreas en los departamentos del Caquetá, Guaviare, Meta, Putumayo y Vaupés, conviene entender cuáles son los principales retos que le esperan a la Amazonía colombiana en este 2021. A continuación se presentan los 5 principales:
1. Efecto rebote. Los efectos de la crisis económica sobre los bosques colombianos tiene una relación positiva: a mayor crecimiento económico en periodos post-crisis hay una mayor deforestación en zonas de borde o en la frontera agrícola, conocido como “efecto rebote”. Para el caso de la Amazonía, los efectos de la pandemia ya dan cuenta de un retroceso en las áreas de influencia de los Parques Nacionales Naturales Picachos, Tinigua, Serranía de la Macarena, Serranía del Chiribiquete y Nukak. Se espera que el periodo de recuperación acelere la potrerización de las zonas borde para el incremento de la actividad ganadera, sostén de las economías rurales de la Amazonía colombiana.
2. Efecto relajación. En general, los periodos de recuperación económica vienen acompañados de una reducción en las exigencias ambientales, una eterna discusión que ubica el debate en favor del denominado “desarrollo” y en detrimento de las políticas de conservación, mayormente impulsados por los gremios económicos que exigen condiciones “más favorables” en materia institucional para impulsar sus negocios. En el caso colombiano, la ANDI viene impulsando una agenda para reducir tiempos y exigencias en el trámite de licencia ambiental y organiza un bloque parlamentario para impedir la ratificación del Acuerdo de Escazú con los mismos argumentos: mayores estándares ambientales son un “palo en la rueda” para la recuperación económica.
3. Efecto reasentamiento. Los efectos del incremento del desempleo y la caída en indicadores socio-económicos como el NBI o línea de la pobreza, han generado en Colombia desplazamientos territoriales hacia las zonas de los denominados “antiguos territorios nacionales” con el fin de buscar nuevas oportunidades, justamente donde están ubicados los actuales departamentos de la región amazónica. Las falsas expectativas de acceso a tierra “baldía” para construir una casa donde vivir y desarrollar una actividad que soporte las necesidades básicas, llevan a las comunidades expulsadas del centro hacia la frontera forestal amazónica.
4. Política forestal y deforestación. En los primeros días del 2021 fue aprobada la “Política nacional para el control de la deforestación y la gestión sostenible de los bosques” con el CONPES 4021, cuyo gran reto es lograr la deforestación cero para el 2030. Si bien es un documento que otorga importantes lineamientos al sector forestal, se identifican cinco problemas en la práctica: (i) no es vinculante jurídicamente para el Sistema Nacional Ambiental; (ii) tiene enormes dificultades de financiación para lograr robustos esquemas de pagos por servicios ambientales, mecanismos de reconversión productiva y restauración ecológica en todo el arco de deforestación de la Amazonía colombiana entre los departamentos del Caquetá, Meta y Guaviare. La mayor parte de recursos económicos provienen de la cooperación internacional, que espera reducir notoriamente sus flujos en 2021 debido a los necesarios ajustes fiscales en todos los países; (iii) una débil gobernanza del territorio por parte de las autoridades ambientales con jurisdicción en el territorio (Corpoamazonía, CDA y Cormacarena) que cuentan con poca capacidad técnica, logística y económica para ejercer sus competencias de control y vigilancia; (iv) una débil participación de las comunidades indígenas en la institucionalidad ambiental amazónica cuyas prácticas y cosmovisión resultan indispensables para la protección del bioma amazónico y (iv) falta de soberanía de Estado colombiano en el arco de deforestación en la Amazonía que controlan bandas criminales, lo que hace ineficaz la política.
5. Sentencia STC 4360-2018. La declaratoria de la Amazonía como sujeto de derechos ha tenido más obstáculos que aciertos en su cumplimiento. Si bien hay estrategias para contener la deforestación desde el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (MADS) con el programa Visión Amazonía, el Pacto Intergeneracional por la Vida del Amazonas Colombiano (PIVAC) aún no ha sido convocado. De igual manera, los municipios amazónicos no han adecuado sus planes de ordenación donde incorporen una estrategia creíble para enfrentar el fenómeno y tampoco han definido planes de “cero deforestación”. Desde lo jurídico el reto es volver eficaz el otorgamiento de derechos a la Amazonía y no se logrará hasta volver operativos los planes locales para frenar la deforestación.
Así las cosas, los retos en la Amazonía para este año son enormes y el fracaso de las estrategias para contener la deforestación tendrá costos enormes en varias dimensiones para los próximos años. Llegó la hora de tomarnos en serio la Amazonía.
domingo, 29 de noviembre de 2020
LOS DE ABAJO
Inicia un nuevo día en las montañas occidentales de los Andes en Colombia y como siempre, las actividades cotidianas de una población que depende del comercio local, de la agricultura y del turismo religioso se desarrollan con relativa normalidad, a pesar de las dificultades de movilidad y temores asociados a la pandemia.
La entrada del municipio está marcada por grandes carteles en medio de despejados potreros que entregan un mensaje de prosperidad por la llegada de la minera Anglo Gold Ashanti, que contrastan con los mensajes ubicados en las casas del pueblo que rechazan la llegada del gran proyecto minero. La contradicción frente a las expectativas de unos y otros indica que algo está quebrado.
Jericó, Antioquia, es un municipio ubicado en diferentes elevaciones que lo hacen único. Inicia en los valles del río Cauca en medio de frondosas ceibas propias de los bosques húmedos tropicales y termina entre encenillos, helechos y robles, característicos de los bosques de niebla, donde nacen las aguas. Su geografía escarpada permite paisajes y miradores admirables y una vocación paisajística y de conservación evidente para quien lo visita. Pero, aquellos que pueden ver su subsuelo, también observan altas concentraciones de cobre, oro y plata. Dos miradas que parecen complementarse, pero que hoy están enfrentadas.
A los primeros, les basta admirar el paisaje y la estética inigualable del lugar para querer mantenerlo intacto y garantizar su disfrute y el de las próximas generaciones. Para los segundos, no es suficiente el arraigo y el sentir sobre el territorio de las comunidades locales, toda vez que las decisiones de vocación del suelo están determinadas por el gobierno central, con ansias enormes de recursos de regalías en medio de una de las peores crisis fiscales de la historia reciente del país y por el gran vagon de intereses especulativos, que usan los métodos científicos para aumentar la acumulación de capital como único objetivo. Tanto el gobierno central como los grandes capitales controlan los procesos administrativos y subordinan los intereses de las mayorías, como se observa con las licencias minera, licencia ambiental y la definición de política pública central.
El otorgamiento de licencias mineras está centralizado en la Agencia Nacional de Minería, quienes ordenan el territorio con vocación minera y trasmiten los derechos de propiedad de explotación y comercialización de los minerales, siguiendo intereses gremiales, siendo parte en la administración de las regalías y sin participación de los directamente involucrados y los verdaderos afectados. El proceso de licencia ambiental, por su parte, está liderado por la Agencia Nacional de Licencias Ambientales, quienes con criterios técnicos definen la viabilidad o no de los proyectos, con niveles de análisis muy restringidos a las ciencias duras y con pocas posibilidades de participación por parte de las comunidades y grupos de interés, cuyos lenguajes y saberes no son compatibles con las metodologías definidas por los expertos. El ejecutivo, por otro lado, a partir de lineamientos de política pública, define grandes proyectos de extracción estratégicos en los territorios rurales con apariencia de interés general y con amplias posibilidades de generación de ingresos vía regalías, pero sin una sola consulta a quienes verán modificados sus paisajes, su vocación económica y su arraigo. Así las cosas, los gobiernos y las comunidades locales son simple observadores de las grandes transformaciones de sus territorios.
La institucionalidad, por tanto, está delineada para garantizar los intereses de los segundos, los que están arriba. Y los directamente afectados, los de abajo, cuentan con mecanismos de participación muy restringidos como la matriz de involucrados en los estudios de impacto ambiental que derivan en compensaciones o las audiencias públicas, que no son vinculantes y se han convertido en ejercicios de mera procedibilidad.
Si bien esto ha pasado siempre, en los últimos años las comunidades locales han querido reivindicar su derecho a plantear sus propios modelos de desarrollo o de bien-estar debido a las malas experiencias de los grandes proyectos extractivos que no han traído esa riqueza prometida y que han modificado dimensiones sensibles que hoy se extrañan, como el arraigo, la vocación económica o los paisajes. No obstante, ese despertar no ha encontrado resonancia en los procesos y mecanismos definidos por la institucionalidad del Estado dado que son ineficaces y en muchas ocasiones generan grandes frustraciones, lo que aumenta los conflictos socio-ambientales en los territorios.
El caso de Jericó es emblemático por la cantidad de actores allí involucrados, como grandes centros de pensamiento y academia, políticos de representación nacional y empresas multinacionales, pero es el mismo que viven quienes defienden los ríos libres sin hidroeléctricas, como en Ituango, Tarazá, San Luis o San Rafael (Antioquia). Quienes defienden una delimitación de páramos amplia para impedir la minería en alta montaña, como en Santurbán (Santander), Cajamarca (Tolima) o Pijao (Quindío); o quienes defienden las planicies libres de pozos petroleros, como Acacias y Guamal (Meta) o San José de Fragua, Belén de los Andaquíes y Valparaíso (Caquetá). El reclamo es siempre el mismo: se requiere replantear los mecanismos de participación en materia socio-ambiental para que sean realmente vinculantes y puedan existir co-participación en la planeación del desarrollo local y la ordenación del territorio. Una buena posibilidad es que el Estado colombiano (el ejecutivo con mensaje de urgencia y el legislativo en un ejercicio plural) ratifiquen el Acuerdo de Escazú, que garantiza mecanismos de participación efectiva, así como una reforma al proceso de licenciamiento ambiental y el Sistema Nacional Ambiental.
Mientras los grandes grupos económicos siguen presionando el desarrollo de los proyectos extractivos, los de abajo siguen anhelando un país que por fin los escuche; y en medio de dicha tensión, los habitantes de Jericó, en las montañas de Antioquia, siguen de espectadores de lo que los de arriba quieran hacer con ellos. Quizás este sea el nuevo ingrediente de un conflicto mayor, en un país que no aguanta uno más.
domingo, 20 de septiembre de 2020
La Amazonía y el olvido que somos
domingo, 16 de agosto de 2020
LOS INGA TENÍAN RAZÓN: ESTAMOS FRENTE AL FIN DE LA HUMANIDAD.
Luego de la última invasión de los caucheros a los asentamientos de los indígenas Inga, en los albores del siglo XX, los protectores de las tierras bajas del sagrado territorio Inti Wasi pensaban que se trataba del fin del mundo, tal como lo pregonaban los taitas que bañaban sus largas cabelleras en los afluentes de los hoy conocidos ríos Pescado y Caquetá, en la cuenca amazónica de Colombia.
No era para menos, el ruido de las hachas y los motores de los barcos recreaban aquellas historias de la llegada de un espíritu que destruiría para siempre los bejucos de Yagé y la gran Boa, elementos que habrían dado origen al hombre de los Kamentsä, pueblos originarios que habían sido dominados por Huyna, militar Inca. De hecho, los pueblos Inga eran el último asentamiento por el norte de Sudamérica del gran Imperio. El espectro -decía la tradición oral- vendría de tierras lejanas con absoluto sigilo, pero con grandes poderes que le permitirían acabar para siempre con el hombre.
Cuando se preparaban para lo peor, la Manigua, protectora de las selvas, logró detener el avance del espíritu maligno del caucho y quienes resistieron recuperaron la tranquilidad por unos decenios más.
Luego, en la segunda mitad del siglo XX, la llegada de los colonos, con hacha en mano, arrinconaron a los Inga a pequeños espacios en el piedemonte de los departamentos del Caquetá, Cauca y Putumayo. A su paso, arrasaron con los bosques, redujeron el caudal de las aguas y desplazaron la biodiversidad hacia la montaña.
Pero los Inga sabían que aún no era el final, porque con los nuevos vecinos el espíritu llegó con mucho ruido y venía de tierras cercanas, por lo que la profecía aún estaba por cumplirse. Con el tiempo, se acostumbraron a cohabitar el territorio con el colono, aprendieron a satisfacer sus necesidades a través del mercado y de a poco sus modos de vida cambiaron, pero la montaña aún les proveía agua, protección y alimentos y sus tradiciones orales se mantuvieron intactas.
En los últimos días, no obstante, presienten nuevamente el fin del mundo. Las comunidades del Yagé saben que el espíritu está de vuelta. En el mes de agosto del año inmediatamente anterior las imágenes de los incendios en el occidente de Brasil fueron contundentes y escandalizaron el mundo. En el verano amazónico brasileño del 2019 se arrasaron cerca de 1,2 millones de hectáreas de bosque húmedo tropical nativo. Para el 2020, en los primeros 10 días de agosto hubo 10.000 incendios y 25 focos de calor, un 17% más con respecto al año pasado. Nada podría ir peor.
Nos acercamos al 20% de transformación del bosque amazónico en potreros (denominado punto de quiebre o “tipping point”) y con ello no habrá retorno. La alteración del ciclo del agua llevará a una menor disponibilidad hídrica a lo largo de todo el continente americano, la lucha contra el cambio climático de toda la humanidad estará perdida porque el gran bosque húmedo tropical dejará de ser un sumidero de carbono para convertirse en la principal fuente de emisiones, acelerado por los puntos de calor que serán cada vez más frecuentes y la estabilidad de la temperatura será aún más incierta.
La evidencia satelital muestra que en Colombia, Perú, Bolivia y Venezuela la situación de deforestación comparada con el 2019 también se ha empeorado con la pandemia, sin que aún haya cifras definitivas que den cuenta de la magnitud del fenómeno. Sin embargo, con alta certeza, el 2020 será el año con la mayor tasa de deforestación jamás registrada en toda la cuenca de la Amazonía. Una tragedia sin doliente.
Mientras perdemos la batalla, Jair Bolsonaro -presidente de Brasil- ha salido en varios medios de comunicación en la última semana para acusar de alarmistas a las comunidades indígenas brasileñas, a los científicos y a los ambientalistas, señalandolos de mentirosos y de enemigos del “desarrollo”. En los otros países de la región, mientras tanto, sus líderes concentran esfuerzos en atender los estragos sociales y económicos que ha dejado la pandemia, dejando en último orden de prioridad lo que ocurre en la Amazonía.
Y entonces, a pesar de la distancia entre los territorios de los Inga y los incendios en la Amazonía brasileña, separados por unos 3 mil kilómetros, las consecuencias de la deforestación, fragmentación y degradación del bioma amazónico amenazan cada una de sus partes. Los indígenas no pueden ven los incendios en la Amazonía brasilera que serán los mayores jamás registrados por el hombre y tampoco comprenden el punto de no retorno que pondrá en jaque la vida humana y será el mayor reto en las próximas décadas, pero saben que el espíritu merodea, es silencioso y tiene un gran poder de destrucción. ¡La cosmovisión de los Ingas les da la razón!
domingo, 19 de julio de 2020
Hidroeléctrica sobre el río El Churimo (San Rafael, Antioquia): Una historia repetida.
Ahora, el turismo hídrico representa una importante fuente de ingreso para los sanrafaelitas de a pie que no se han favorecido de los millonarios recursos económicos generados por las hidroeléctricas, que son la mayoría. Además, se han convertido en el lugar de encuentro social y cultural.