domingo, 17 de mayo de 2020

LA ENTRECRUZADA DEL CARRIEL

El Carriel es un símbolo del proceso de colonización del Occidente del país, o mejor dicho, de la franja norte de la cordillera occidental y central de los Andes, una pequeña parte de la extensión colombiana que se conoció como “colonización antioqueña”. Es un emblema de la ocupación (deforestación, degradación y fragmentación) de los páramos, bosques de niebla, bosques templados y bosques húmedos tropicales en los actuales departamentos de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío, norte del Valle y pequeñas franjas montañosas del Tolima que rodean los nevados.

Miles de familias con carriel al hombro y hacha en mano transformaron bosques por pasturas. En este proceso, millones de litros de agua que nacían de sus entrañas y buscaban los ríos Magdalena y Cauca se perdieron desde finales de la colonia hasta nuestros días para darle paso al monocultivo del café, a la minería, la extracción de madera y la ganadería.

Ahora mismo, los escasos equilibrios ecológicos que han resistido son combinados con miles de litros de mercurio, convirtiendo al departamento de Antioquia en el territorio con las mayores concentraciones del metal pesado en las cuencas de sus ríos ¡todo un reto de salud pública!

Carriel, hacha y mercurio, por lo tanto, representan un modelo de desarrollo obsoleto que exige cambios con urgencia.

En las últimas décadas, el Carriel, otrora símbolo de la colonización antioqueña, ha venido asumiendo un rostro que le era desconocido. El ascenso al poder nacional de la clase terrateniente antioqueña, a inicios del siglo XXI, ha traído de vuelta su recuerdo, pero como una impostura, debido a que fue precisamente el modelo minifundista el que le dio vida. Ahora, los eventos sociales en los que participan los principales exponentes políticos de ese nuevo poder muestran sus habilidades sobre el caballo, con carriel terciado y tomando café. Toda una innovación disruptiva y un nuevo símbolo de poder.

Los campesinos de esas tierras, por su parte, ahora se debaten entre la restitución de tierras, las amenazas y el mantenimiento de actividades que nunca ha vuelto a tener los rendimientos de las bonanzas pasadas debido a la cuenta de cobro que pasa la biósfera por desconocer sus límites. Ahora mismo, es muy probable encontrarse a uno de ellos caminando en la ruralidad con botas de caucho y camiseta de equipo de fútbol, pero sin Carriel. Es evidente que ya no los representa.

Paradójicamente, en contravía de los vientos que exigen un cambio del paradigma que representó (y del que hoy representa) el Carriel, congresistas como Paola Holguín, Santiago Valencia y Álvaro Uribe, antioqueños todos, proponen un proyecto de ley para declararlo patrimonio nacional. ¿Patrimonio nacional el símbolo de un modelo de desarrollo localizado que acabó los bosques, redujo los flujos de agua, contaminó los ríos y hoy hace apología a la clase terrateniente? ¿Patrimonio nacional en plena época de crisis? ¿Vos te imaginás?

domingo, 3 de mayo de 2020

BREVES APUNTES PARA ENTENDER LA DEFORESTACIÓN 2020



El pasado 28 de abril, el IDEAM publicó los datos más recientes sobre deforestación en el país con el informe de Alertas Tempranas de Deforestación (ATD) del periodo octubre-diciembre de 2019. El contenido no genera muchas sorpresas sobre la crítica situación de los bosques amazónicos colombianos, pero requiere de algunas claves para una mejor comprensión del fenómeno. En las siguientes líneas (a modo de listado) se plasman 5 ideas que pueden ayudar en el análisis:

1. Si bien desde el 2016 el IDEAM viene mejorando la información sobre la deforestación (como las ATD y la medición de puntos de calor), los datos aparecen con un rezago de 4 meses y no se entregan valores en hectáreas, sólo porcentajes. A la fecha (primera semana de mayo) no sabemos a cuánto equivale el área deforestada en el 2019. Nuestros cálculos hablan de 230 mil hectáreas, un incremento del 15% con respecto al 2018; sin embargo, se requiere una cifra oficial con prontitud para tomar decisiones en tiempo real y conocer la magnitud del problema.

2. Desde 2016 es recurrente la deforestación en los departamentos del Caquetá, Guaviare, Meta y Putumayo. La frontera ganadera aumentó unas 190 mil hectáreas en la Amazonía colombiana para el 2019 (según estimaciones propias), representando el 87% del total nacional.

3. Hay problemas serios de gobernanza ambiental en los municipios de La Macarena (Meta), Calamar y San José de Guaviare (Guainía), San Vicente del Caguán, Cartagena del Chairá y Solano (Caquetá), Puerto Guzmán y Puerto Leguízamo (Putumayo). En 2019, 4 de cada 5 hectáreas de bosque se perdieron en estos municipios. En todos ellos hay estructuras armadas organizadas al margen de la ley actuando como autoridad.

4. Las autoridades ambientales (Cormacarena, CDA, CorpoAmazonia, Parques Naturales) no ejercen funciones porque están amenazados y fueron declarados objetivo militar. De igual manera, la esperada concurrencia entre el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, las entidades territoriales, la Unidad Administrativa Especial Parques Nacionales Naturales y las CAR`s es muy débil debido a los bajos presupuestos en el sector, los intereses encontrados y la falta de información para comprender la magnitud del problema. Por último, la justiciabilidad de los derechos ambientales (como el caso de la sentencia de la Corte Suprema de Justicia que declaró a la Amazonía como sujeto de derechos) es ineficaz por la falta de concurrencia de los actores, las escasas herramientas jurídicas que los vinculen y la sociedad no ve el problema de deforestación como un asunto prioritario.

4. Los recursos de cooperación, centralizados en su mayoría por Visión Amazonía (120 millones de euros), son ineficaces porque en la región no hay instituciones que armonicen los proyectos que desde allí se lideran y hay una lenta ejecución de los recursos. Lo anterior contrasta con la velocidad que le imprimen las fuerzas internas a la construcción de carreteras en áreas protegidas y la rapidez de las motosierras para tumbar bosques, respaldados por las fuerzas ilegales que actúan en el territorio. Así las cosas, no hay esfuerzos que valgan si el Estado colombiano no recupera la soberanía sobre la Amazonía.

5. El gobierno del presidente Iván Duque no tiene como uno de sus ejes primordiales el control de la deforestación. Las fuerzas políticas y económicas (sobre todo aquellas relacionadas con Fedegan, Fedepalma y, en general, los intereses terratenientes que protege el partido de gobierno) miran el fenómeno de manera parcial y no les interesa profundizar en él. La desinformación es el mejor escudo para evadir su responsabilidad y no tomar decisiones. Las estrategias de ganadería sostenible y las etiquetas verdes del sector palmicultor, que son indispensables para hacer tránsito a economías bajas en carbono, son ampliamente insuficientes para enfrentar el problema que tiene pasos de animal gigante.

Como ven, no hay una estrategia creíble para frenar la deforestación. El Estado no controla el territorio, por lo que los esfuerzos por contener la deforestación son asilados e ineficaces. Estamos perdiendo la batalla y nos acercamos al punto de quiebre (Tipping point) en materia de cambio climático. ¡Nada podría ir peor para los bosques de nuestra Amazonía!

miércoles, 11 de septiembre de 2019

¿Y PARA CUÁNDO VAMOS A TOMARNOS EN SERIO LA AMAZONÍA COLOMBIANA?

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Por: Hernán Felipe Trujillo Quintero

Las imágenes de las últimas semanas son escalofriantes: miles de hectáreas de bosque húmedo amazónico se pierden en todo Sudamérica. En el 2019 la deforestación de la Amazonía del Brasil ya sobrepasó el millón de hectáreas, en Bolivia las llamas se han consumido unas 500 mil hectáreas y en Perú la deforestación en este bioma superó las 100 mil hectáreas. Es un fenómeno sin tregua donde no importa la tendencia política. Sus gobiernos, de variopintas vertientes, se preocupan en escenarios internacionales por canalizar recursos de cooperación en temas de conservación para la Amazonía (aprovechando las denominadas “preocupaciones comunes”), pero al mismo tiempo, generan incentivos perversos que degradan día a día el territorio más biodiverso del mundo. En adelante, intentaré contextualizar el caso colombiano.

Las zonas de Colombia donde se abrazan los bosques húmedos tropicales de la Amazonía con las montañas andinas son cada vez menos biodiversas, sus suelos pierden los pocos nutrientes que contienen y fluye menos agua que en años anteriores, fenómenos que se han acelerado en el nuevo siglo por la deforestación. Sus causas pueden resumirse en dos elementos: las reglas definidas por el Estado para la propiedad rural y la rentabilidad de las actividades económicas.

En la primera, el Estado diseñó incentivos perversos para la ocupación de bienes baldíos en el siglo XX (ley 200 de 1936, ley 135 de 1961, entre otras), reglas que persisten en la mente de los campesinos y empresarios del campo que se apropian de los territorios recién deforestados, aún cuando las normas que regulan su acceso hayan sido modificadas desde la década de los noventas con la figura de la función ecológica de la propiedad y hayan aparecido sanciones penales y administrativas por vulnerar las normas ambientales. Sin lugar a dudas, la legislación no logró armonizar las relaciones de facto que ocurren en la frontera agrícola y los bosques amazónicos se pierden a un ritmo cercano a las 150 mil hectáreas por año.

En cuanto a la segunda, la interacción de miles de especie que han hecho de esta región una de las más biodiversas del mundo ha sido remplazada por ganado vacuno, pastos y cultivos de coca, actividades que soportan los flujos monetarios en la región. Se transforman 1,3 hectáreas de bosques para poner a vivir una vaca, haciendo que la tasa de producción ganadera esté por debajo del promedio nacional. El valor económico de cada hectárea deforestada en la Amazonía es de $410.000 anuales para el 2018 y se reduce en un 5% cada que se aleja un kilómetro cuadrado de los Andes por los altos costos de transporte y logística.

La racionalidad económica compara el precio de cualquier actividad productiva con el de los bosques que se estima en cero pesos, resultando evidente el incentivo de la deforestación. Los árboles amazónicos han dado paso a potreros que soportan una actividad económica con un elevado costo socio-ambiental y sus consecuencias son evidentes con la pérdida del corredor biológico entre los Andes colombianos y la Amazonía.

Los impactos de la crisis climática en la zona de piedemonte amazónico aumentan en la medida que se desintegran los bosques: reducción en los niveles de lluvias para la segunda mitad del siglo XXI, aumento de incendios forestales que incrementarán la tasa de deforestación y pérdida de capacidad productiva de los suelos que reduce la eficiencia de las actividades económicas y presiona la ampliación de la frontera agrícola.

La estabilidad climática de los Andes (donde se ubica Bogotá) depende de lo que ocurre en esta región olvidada del país. El agua y la seguridad alimentaria de los grandes asentamientos humanos está en riesgo debido a la mirada marginal de la Amazonía por parte del mercado, que no logró asignar de manera eficiente el patrimonio natural por considerarlo gratuito y del Estado, que no logró ejercer soberanía sobre los factores bióticos y abióticos dejándolo a la suerte de quien se atreve a ocupar dichas áreas olvidadas, quienes han creado sus propias reglas de apropiación y convivencia.

Contener la deforestación es la única opción y debe concentrar todos los esfuerzos (nacionales e internacionales, públicos y privados) para llevarla a cero. Los plazos deben ser cortos entendiendo que los costos de oportunidad son enormes y no podemos tolerar incrementos sobre estimaciones conservadoras como las que se encuentran en el actual Plan Nacional de Desarrollo del gobierno Duque (se aceptarána 165 mil hectáreas deforestadas para los próximos 4 años en la Amazonía).

Recuperar la conectividad entre los Andes y la Amazonía garantiza una mejor adaptación a la crisis climática del país y será una gran oportunidad para buscar la reconciliación nacional con un territorio que aún permanece en el olvido.









domingo, 20 de enero de 2019

EL RETO DE LOS 10 AÑOS. EVIDENCIAS DE UN CAMINO EQUIVOCADO

Esta semana inició con el reto viral en redes sociales de #10yearchallenge y muchos usuarios se sumaron a él con fotografías que tenían una diferencia entre ellas de 10 años. Cambios espectaculares, en algunos casos, caricaturescos, en otros. Sumándome al reto, intentaré aportar cuál ha sido el cambio en materia ambiental con algunas cifras; esta vez sin imágenes -ustedes pueden hacérselas en sus mentes- e intentando reflejar la cruda realidad (carente de espectacularidad y sin chiste):


Cambio climático (global) 2009-2019
Ítem
2009
2019
Concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera (ppm)[1]:
385,63
408,74
Fuente: National Oceanic & Atmospheric Administration (NOAA)

Hay un incremento de 5,7% en la emisión de CO2 equivalente a la atmósfera. Desde el año 2016 superamos la fatídica cifra de 400 partes por millón de moleculas de carbono en la atmósfera.

Deforestación (global) 2007-2017
Ítem
2007
2017
Área deforestada (millones de hectáreas)[2]
18,3
29,4

Fuente: Global Forest Watch.

En la biósfera, se incrementó el cambio de uso de suelo forestal a no forestal en un 37%, perdiendo un área total de 236,6 millones de hectáreas de bosque (2 Colombias deforestadas en 10 años). 4 países (Rusia, Brasil, Canadá y Estados Unidos ) explican la mitad. Colombia ocupa el deshonroso puesto 10 para el año 2017.

Deforestación (Colombia) 2008-2018
Ítem
2008
2018
Área deforestada (hectáreas)[3]
238361
251000
 
Fuente: Instituto de Estudios Ambientales, Metereológicos e Hidrológicos (IDEAM).

Se deforestaron en 10 años 2,12 millones de hectáreas, equivalentes a 70 veces el área urbana de Bogotá D.C. Entre los años 2015 y 2018 incrementó en un 50,6%. Los departamentos del Caquetá, Meta y Guaviare explican el 62% del total.

Enfermedad respiratoria aguda en niños menores de 5 años (Bogotá D.C) 2008-2018
Ítem
2008
2018
Casos atendidos por año reportados por el INS[4]
164584
631068






Fuente: Observatorio Ambiental de Bogotá

Enfermedades relacionadas con la mala calidad de aire. Se incrementaron 3.8 veces en 10 años. Los costos para el sector salud de la contaminación atmosférica urbana ascienden al 1,93% del PIB[5].

Es difícil predecir cuál será la fotografía de lo aquí expresado en el futuro (quizas el #10yearchallenge del año 2029), aunque es fácil advertir que, a este paso, todo estará deteriorado. ¿Y el reto de ambiente para cuándo?