domingo, 20 de septiembre de 2020

La Amazonía y el olvido que somos

La mañana se presenta, como en los últimos días, con una tonalidad naranja que se difumina en un horizonte de grandes nubes. Una pareja de tucanes vuela de la copa de un árbol de carbón hasta la mitad de un limón y diagonal a éste, en un árbol de marfil, una banda de curillos se alistan para su jornada de recolección de semillas. Parece el inicio de un día normal en la Amazonía colombiana (Caquetá), pero está lejos de serlo. Las últimas semanas han estado marcadas de situaciones que no eras propias de un país cargado de lugares comunes. 

Por un lado, el horror vivido por los bogotanos en la segunda semana de septiembre luego de las protestas desatadas por la muerte del abogado Ordoñez se muestra en las pantallas de los televisores de un restaurante local, pero para los comensales el drama es cotidiano por estos lados del país, así que la noticia pasa desapercibida. 

Por otro lado, la pandemia de Covid-19 modificó las relaciones humanas, por lo que la informalidad e ilegalidad aumentan a medida que la débil institucionalidad del mercado se desvanece ante la crisis, pero ambos fenómenos son comunes en la Colombia profunda desde hace unas décadas. Altas tasas de desempleo, minería ilegal y cultivos ilícitos son el pan de cada día. Los ciclos económicos de estos mercados fragmentados no se corresponden a los reportados por los datos oficiales. Nada les sorprende.

El levantamiento de la ciudadanía urbana que reclama profundizar reformas en los sistemas de salud y educación, reducción en el gasto militar y un cambio en la estructura de la policía, entre otros, parece que no representa el sentir de quienes habitan esta esquina de país donde el Estado aún no controla el territorio, sus instituciones son muy débiles y el mercado carece de los supuestos necesarios para que sea competitivo. Sobrevivir es su máxima.

Lo que sucede en la Amazonía de Colombia es, por tanto, harina de otro costal. El Caquetá es la zona de mayor degradación, fragmentación y deforestación de bosques, su territorio se lo disputan grupos armados organizados al margen de la ley y campea la ganadería y el clientelismo. A pesar de los cambios que suceden en la capital y los reclamos por nuevos vientos, en la Colombia profunda, el anemómetro siempre marca la misma dirección y velocidad: marginación, violencia y pérdida de bosques, una constante que muchos de quienes trabajamos por la región nos resulta difícil de modificar.

Para sumarle a la desgracia de estas dos realidades, las noticias desde Brasil son muy desalentadoras; millones de hectáreas de bosques y humedales desaparecen en el Gran Pantanal, declarado por la UNESCO como Reserva de la Biósfera, clave para mantener el equilibrio del bioma Amazónico. 

Un país desconectado entre sus realidades, no obstante, depende de un fino tejido de redes de las que depende la vida en Sudamérica. Los flujos hídricos de quienes viven en la zona urbana colombiana, entre las cordilleras central y oriental de los Andes, así como de quienes habitan el piedemonte amazónico, dependen del torrente hídrico elevado -el río volador-que recorre toda la Amazonía desde el Atlántico, favorecido por los bosques en pie. Cualquier cambio en su todo, afecta a cada una de sus partes. 

Si nada nos ha unido hasta hoy -entre la Colombia urbana y la profunda-, el clamor por mantener los equilibrios en la Amazonía debería juntarnos para expresar, al unísono, que su vocación es la conservación, de eso depende la vida de todos los colombianos. Reconocer que tenemos cosas en común podría llevarnos a sentir empatía, por fin. 

Quizás los reclamos de unos y otros se legitimen cuando comprendamos desde el centro que en los antiguos territorios nacionales está la clave para garantizar el éxito de nuestro país, o quizás más importante, es la única garantía de mantener la vida de nuestra especie en el continente americano. 

Mientras tanto, al divisar al horizonte, en la gran planicie amazónica, las nubes cubren los cielos y empiezan a caer gotas de lluvia. Es el ciclo del agua que aún se mantiene y que está amenazado por la indiferencia que desde el centro tenemos de nuestra mayor riqueza ¡la tragedia está anunciada!








 






 



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