viernes, 3 de febrero de 2012

AGUA Y COMBUSTIBLE, UNA PARADOJA PARA COLOMBIA.


Sus aguas bajan gélidas de las cumbres de la cordillera central de los Andes, irrigan los cultivos de café en las montañas, y de arroz, sorgo y algodón en el valle; sostienen las necesidades hídricas de los habitantes rurales que circundan su cauce, dan vida a 31 especies de peces, mantienen la flora y fauna que se encuentra alrededor de los diferentes ecosistemas que atraviesa, y desemboca en el principal afluente colombiano, el Río Magdalena, a escasos 354 kilómetros de su nacimiento en el Nevado del Ruíz.

En los últimos 10 años el Río Recio ya no es el mismo de antes. Los cambios derivados de las actividades antrópicas han disminuido su torrente y su fuerza, el volumen de agua que corre por las formaciones geológicas tolimenses pierde altura; su temperatura se ha elevado dos grado aproximadamente, afectando a especies ícticas vulnerables a los cambios abruptos; su capacidad de dar vida, aquella que ha albergado en los últimos 3 millones de años, y de las que son testigos las rocas y los sedimentos que acompañan su andar, se pierde a una velocidad apabullante. 

El Nevado del Ruíz se derrite, y con él se esfuman los cauces de cientos de corrientes hídricas que bañan el valle del Magdalena, como el caso del Río Recio. La majestuosidad del torrente hídrico que sirvió por siglos a los indígenas Panche, y del que ahora se sirven los habitantes de los municipios de Venadillo, Lérida y Ambalema, tiene sus días contados. Según el IDEAM, el nevado se derretirá en un horizonte de tiempo no mayor a 20 años, como también lo harán los nevados del Tolima y Santa Isabel. Es un proceso irreversible, derivado de la emisión de gases efecto invernadero que han elevado las temperaturas de la zona en un 1%, suficiente para hacer desaparecer las nieves que se encumbran en estas elevaciones andinas.

Los impactos derivados de la desaparición de los nevados -y a su paso los ríos- son inconmensurables, a pesar del esfuerzo científico por cuantificarlos. La economía del cambio climático reportará los costos monetarios de los desastres humanos causados, la agricultura afectada, los acueductos que se surtían de sus fuentes hídricas, la pérdida de productividad de la región, y los gastos en salud asociados a su desaparición. La ecología dará cuenta del impacto en los ecotonos y ecosistemas adyacentes al río, y la pérdida de biodiversidad como consecuencia de su desaparición. Los campesinos de la región, sin conocimientos en biología ni economía, lamentarán profundamente la pérdida del recurso natural del que dependen, del que se abastecieron y cuidaron por años, y que por causas ajenas a ellos, ven desaparecer de manera contundente, sin remedio.

A pesar de la tragedia humana y ecológica que representa la desaparición de los nevados y ríos, el gobierno de Santos celebra con vehemencia la producción petrolera del país, cercana al millón de barriles de petróleo; y la producción de carbón, cercana a las 235 mil toneladas diarias. La quema de estas sustancias derivadas del carbono en el transporte mundial son las principales causantes del cambio climático, la responsable del derretimiento de los nevados colombianos.

Las ganancias del auge minero-energético en Colombia se calculan en términos de inversión extranjera directa, regalías y empleos generados. Los impactos derivados de este auge no se cuantifican, pero cada vez son más evidentes. Los costos ambientales que traerán la extracción y quema de combustibles fósiles no se descontarán del crecimiento de la economía colombiana, no compensará el daño que causa, no devolverán los ecosistemas que desaparecerán en los próximos años.

Mientras la clase dirigente del país celebra la extracción y quema de combustibles, los habitantes de las áreas rurales en el Tolima empiezan a comprender lo que significa el cambio climático y sus nefastas consecuencias. Cada gota que se escurre desde las cumbres andinas representa el llanto melancólico de nuestras cordilleras recordando que alguna vez albergaron agua cristalizada, especies vivientes, materia orgánica, y gracias al accionar del hombre estas tienen los días contados; pronto dejarán de llorar sin ser escuchadas. 


Las riquezas colombianas se agotan gracias a una racionalidad que avanza sin detenerse en los impactos irreversibles que genera, y mientras tanto, el Río Recio corre hacia el Magdalena en una de sus últimas luchas por albergar vida, ¡a paradoja! 

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