lunes, 5 de mayo de 2014

SOSTENIBILIDAD FUERTE EN EL SECTOR MINERO-ENERGÉTICO: NECESIDAD IMPERANTE



Los hechos noticiosos de los últimos días son coincidentes: Casanare y una sequía extrema, disminución del caudal hídrico de quebradas que abastecen acueductos de Piedras (Tolima) y Barichara (Santander), dificultades para las embarcaciones y la pesca artesanal en el Canal del Dique por su bajo nivel, la represa de Chivor al 30% de su capacidad. 

Lo que antes era un asunto de ambientalistas (cambio climático y contaminación), hoy es un asunto que capta la atención de medios de comunicación y la ciudadanía en general. Las alteraciones ecosistémicas han empezado a generar cambios en nuestro bienestar económico, y en esta medida, empezamos a tomarnos en serio estos desequilibrios.

El cambio climático no es un escenario, como seguramente se discutía a finales del siglo XX, hoy es una realidad que no planeamos, no preparamos. La civilización humana mantiene una relación de subordinación con su entorno, al que creímos ilimitado. Pero los acontecimientos muestran que desenvolvemos nuestra existencia en un mundo finito, en el que además se requieren unos equilibrios para garantizar la vida en la tierra, como el caso del ciclo del agua.

Depositamos nuestra confianza para resolver nuestras problemáticas socio-ambientales en el discurso del Desarrollo Sostenible (DS), al que está adherida la denominada responsabilidad social empresarial o sostenibilidad organizacional, y mantiene una fe ciega en los avances de la ciencia sin cambios en los patrones culturales (sostenibilidad débil). El deterioro del entorno social y ambiental no se detiene, aun cuando empieza a ser tenido en cuenta el discurso del DS en las organizaciones.

El escenario de las últimas semanas en nuestro país también ha puesto sobre la mesa a los supuestos responsables de la crisis ambiental. Nuestros patrones de consumo y de producción no incorporan la degradación ambiental en el sistema de precios, por lo que pasan invisibles en la contabilidad humana que basa su noción de riqueza en los flujos monetarios. Extraemos (no producimos) hidrocarburos y otros minerales a un ritmo que se corresponde con los costos económicos y los precios en el mercado internacional, pero no internalizamos los costos socio-ambientales.

En el sector minero-energético, las empresas cuentan con estrategias de sostenibilidad ancladas a sus estructuras organizacionales, pero son cuestionadas cada vez más ¿qué falla en estas organizaciones? La respuesta es sencilla: no atienden adecuadamente sus impactos al ambiente y mantienen un relacionamiento con el entorno social equivocado. A pesar de los esfuerzos publicitarios por trasmitir una imagen sostenible, la ciudadanía colombiana está cada vez más informada, y no bastan las acciones filantrópicas ni patrióticas.

Los esfuerzos de la sostenibilidad organizacional deben ser, cuando menos, equiparables a la gestión de cada uno de los riesgos socio-ambientales generados a sus grupos de interés. Una organización que sea cuestionada por el manejo de agua –como en el caso de Paz de Ariporo y Hato Corozal, Casanare- debe ocupar sus esfuerzos en manejar el costo de oportunidad de usar el recurso escaso buscando consensos con la comunidad, entidades territoriales, órganos de control y autoridades ambientales. Si el consenso implica una menor extracción de hidrocarburos o minerales para no alterar el ciclo hídrico, esta decisión no podrá verse como un costo para la organización, sabiendo que en todo caso, no incorporar los límites físicos a las actividades económicas puede ser más costoso para ésta en el mediano y largo plazo, y traerá mayores costos ambientales y sociales con consecuencias inciertas para los colombianos. Analizar las actividades minero-energéticas como sistemas abiertos les permitirá a quienes gestionan sus operaciones con mayor racionalidad en búsqueda de la sostenibilidad.

Son tantos los frentes por atender en materia social y ambiental para este sector de la economía, que resulta inconcebible que se utilicen recursos para financiar actividades altruistas –muy valiosas por cierto- y que no se ocupen de sus riesgos inmediatos. Las empresas minero-energéticas pierden una oportunidad valiosa de ocuparse de sus verdaderos impactos, y mantienen el sinsabor en la opinión pública de que son actividades con altos impactos y poca gestión para resolverlos. 

La apuesta por una sostenibilidad fuerte, en la que se cuestione internamente la senda de extracción y se reconozcan sus impactos en sistemas abiertos, aunada a una estrategia decidida por gestionar adecuadamente los riesgos socio-ambientales de sus actividades, es el escenario que todas las empresas mineras y de hidrocarburos debieran tomar. Apostarle a la sostenibilidad débil es transitar por un camino peligroso.

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