Acceder al Parque Nacional
Natural Tayrona (PNNT) resulta una experiencia contradictoria. El recorrido
desde Cañaveral hasta Piscina puede tardar cerca de hora y media en medio de
grandes árboles de guayacán, palmeras y manglares, y con el avistamiento de
monos tití, ñeques y lagartijas. Al mismo tiempo, es posible encontrar botellas
PET y bolsas de plástico en pequeños arroyos, en los manglares y en la arena de
la playa. Grandes cantidades de residuos humanos en medio de una exuberante biodiversidad.
EL PNNT fue declarado en
1964 como un ecosistema estratégico para la conservación, y desde ese momento,
aparecieron conflictos por el territorio en virtud de derechos adquiridos con
anterioridad a la declaratoria. Hoy mantiene una estructura mixta de propiedad,
aunque sobre el mismo sólo se pueden desarrollar actividades de conservación, investigación,
recreación, recuperación y control. Valga decirlo: el propósito de la
declaratoria era evitar la degradación por factores antrópicos, esto es,
aislarlo de las actividades humanas.
Pese a lo anterior, las 15
mil hectáreas con las que cuenta el parque debieron soportar un tráfico en el
año 2013 de 307 mil personas, según datos del Ministerio de Ambiente, con un
crecimiento entre el 2011 y 2013 del 29%. De continuar este ritmo, cuando
celebremos nuestro bicentenario en el 2019, tendremos cerca de 2 mil personas visitando
el parque diariamente. ¿Cuánta infraestructura se requerirá para atender la
demanda de visitantes? ¿Es posible conservar los ecosistemas allí presentes con
esta cantidad de humanos interviniendo el territorio?
La respuesta a lo anterior
se encuentra en la capacidad de carga del PNNT, asunto que resulta importante determinar para este territorio, pero que tiene aspectos metodológicos que dificultan su cálculo. De hecho, mientras la capacidad
de carga turística enfatiza el punto óptimo en el que el desarrollo del
turismo no afecta la estructura económica, social, cultural y ambiental, la capacidad de carga física evalúa el
límite de infraestructura turística y afluencia de visitantes, y la capacidad de carga psicológica limita la
cantidad de visitantes y actividades para beneficiar la experiencia cualificada
del turista. Un asunto nada fácil de resolver.
Al margen de
cuál es la capacidad de carga del PNNT, visitarlo llama la atención por cuatro
aspectos: la precaria infraestructura turística existente, la sobrecarga de los
senderos, el mal manejo de los residuos y el consumo de sustancias psicoactivas
por parte algunos turistas sin ningún control. Todos estos aspectos parecen
encender las luces rojas sobre la capacidad de carga del parque.
La racionalidad humana ha
llevado a desconsiderar los valores monetarios del suministro de servicios ecosistémicos
que prestan territorios como el PNNT, y actividades como el ecoturismo
desbordado lleva a que la cantidad de residuos humanos generados no sean
asimilados por los procesos naturales de reciclaje, y resulten saturando los
suelos y las aguas, lo que nos lleva a un escenario contrario al propósito
inicial de la declaratoria ¿Cuántos humanos son suficientes para mantener los
equilibrios del PNNT? Seguramente muchos menos que las 307 mil personas que lo
visitaron en el 2013. Los costos de mantener el territorio equilibrado deben
reflejarse en un precio mayor a los $14.500 hoy recaudados por visitante debido
a que debemos internalizar las externalidades generadas dentro del parque.
La sostenibilidad fuerte involucra
un asunto vital: el decrecimiento, y es notorio que no se necesita un
crecimiento de turistas en el PNNT. Me temo que las supuestas buenas noticias
del aumento de turistas no se compadecen con los impactos que saltan a la vista
con tan solo caminar por sus senderos. El nuevo concepto de riqueza requiere
pensar en un paradigma distinto al crecimiento, sólo así podremos hablar de conservación in situ.