lunes, 5 de mayo de 2014

SOSTENIBILIDAD FUERTE EN EL SECTOR MINERO-ENERGÉTICO: NECESIDAD IMPERANTE



Los hechos noticiosos de los últimos días son coincidentes: Casanare y una sequía extrema, disminución del caudal hídrico de quebradas que abastecen acueductos de Piedras (Tolima) y Barichara (Santander), dificultades para las embarcaciones y la pesca artesanal en el Canal del Dique por su bajo nivel, la represa de Chivor al 30% de su capacidad. 

Lo que antes era un asunto de ambientalistas (cambio climático y contaminación), hoy es un asunto que capta la atención de medios de comunicación y la ciudadanía en general. Las alteraciones ecosistémicas han empezado a generar cambios en nuestro bienestar económico, y en esta medida, empezamos a tomarnos en serio estos desequilibrios.

El cambio climático no es un escenario, como seguramente se discutía a finales del siglo XX, hoy es una realidad que no planeamos, no preparamos. La civilización humana mantiene una relación de subordinación con su entorno, al que creímos ilimitado. Pero los acontecimientos muestran que desenvolvemos nuestra existencia en un mundo finito, en el que además se requieren unos equilibrios para garantizar la vida en la tierra, como el caso del ciclo del agua.

Depositamos nuestra confianza para resolver nuestras problemáticas socio-ambientales en el discurso del Desarrollo Sostenible (DS), al que está adherida la denominada responsabilidad social empresarial o sostenibilidad organizacional, y mantiene una fe ciega en los avances de la ciencia sin cambios en los patrones culturales (sostenibilidad débil). El deterioro del entorno social y ambiental no se detiene, aun cuando empieza a ser tenido en cuenta el discurso del DS en las organizaciones.

El escenario de las últimas semanas en nuestro país también ha puesto sobre la mesa a los supuestos responsables de la crisis ambiental. Nuestros patrones de consumo y de producción no incorporan la degradación ambiental en el sistema de precios, por lo que pasan invisibles en la contabilidad humana que basa su noción de riqueza en los flujos monetarios. Extraemos (no producimos) hidrocarburos y otros minerales a un ritmo que se corresponde con los costos económicos y los precios en el mercado internacional, pero no internalizamos los costos socio-ambientales.

En el sector minero-energético, las empresas cuentan con estrategias de sostenibilidad ancladas a sus estructuras organizacionales, pero son cuestionadas cada vez más ¿qué falla en estas organizaciones? La respuesta es sencilla: no atienden adecuadamente sus impactos al ambiente y mantienen un relacionamiento con el entorno social equivocado. A pesar de los esfuerzos publicitarios por trasmitir una imagen sostenible, la ciudadanía colombiana está cada vez más informada, y no bastan las acciones filantrópicas ni patrióticas.

Los esfuerzos de la sostenibilidad organizacional deben ser, cuando menos, equiparables a la gestión de cada uno de los riesgos socio-ambientales generados a sus grupos de interés. Una organización que sea cuestionada por el manejo de agua –como en el caso de Paz de Ariporo y Hato Corozal, Casanare- debe ocupar sus esfuerzos en manejar el costo de oportunidad de usar el recurso escaso buscando consensos con la comunidad, entidades territoriales, órganos de control y autoridades ambientales. Si el consenso implica una menor extracción de hidrocarburos o minerales para no alterar el ciclo hídrico, esta decisión no podrá verse como un costo para la organización, sabiendo que en todo caso, no incorporar los límites físicos a las actividades económicas puede ser más costoso para ésta en el mediano y largo plazo, y traerá mayores costos ambientales y sociales con consecuencias inciertas para los colombianos. Analizar las actividades minero-energéticas como sistemas abiertos les permitirá a quienes gestionan sus operaciones con mayor racionalidad en búsqueda de la sostenibilidad.

Son tantos los frentes por atender en materia social y ambiental para este sector de la economía, que resulta inconcebible que se utilicen recursos para financiar actividades altruistas –muy valiosas por cierto- y que no se ocupen de sus riesgos inmediatos. Las empresas minero-energéticas pierden una oportunidad valiosa de ocuparse de sus verdaderos impactos, y mantienen el sinsabor en la opinión pública de que son actividades con altos impactos y poca gestión para resolverlos. 

La apuesta por una sostenibilidad fuerte, en la que se cuestione internamente la senda de extracción y se reconozcan sus impactos en sistemas abiertos, aunada a una estrategia decidida por gestionar adecuadamente los riesgos socio-ambientales de sus actividades, es el escenario que todas las empresas mineras y de hidrocarburos debieran tomar. Apostarle a la sostenibilidad débil es transitar por un camino peligroso.

viernes, 16 de noviembre de 2012

SECTOR MINERO-ENERGÉTICO EN COLOMBIA: ENTRE LAS RENTAS PRESENTES Y LA MISERIA FUTURA.


Más rentas, más problemas.

Mientras la dinámica de extracción de minerales en Colombia sigue creciendo a pasos de gigante, también lo hacen los impactos ambientales y sociales que devastan el capital natural y potencializan el conflicto armado presente en el país. Esta es la realidad de la locomotora más veloz del gobierno Santos, que inició su aceleración en el anterior gobierno de Uribe.

El incremento de la inversión extranjera en el sector minero-energético, presentado como un indicador de buen gobierno, hace parte de un sofisma que pretende reconocer como riqueza la extracción de recursos abióticos (como los minerales e hidrocarburos) y los precios de sus derivados consolidados en mediciones económicas que determinan el progreso de una sociedad a partir del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), pero que esconden la destrucción del capital natural y sumen a miles de comunidades en la pobreza absoluta.


Todos por el auge minero-energético, nadie por el ambiente.

En Colombia se invirtieron cerca de 7.671 millones de dólares en el año 2011 para incentivar el sector minero-energético, y en los últimos años se fortaleció la institucionalidad para el manejo del territorio con potencial de hidrocarburos y minerales con la creación de la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) y la Agencia Nacional de Minería (ANM), ambas adscritas al Ministerio de Minas y Energía. Así mismo, dado el incremento en la solicitud de licencias ambientales, instrumento de política ambiental necesario para la realización de proyectos que tienen grandes impactos socio-ambientales, se hizo necesario la creación de la Agencia Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), organismo adscrito al Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.

Las regalías (royalities), ingresos del Estado derivados de las actividades extractivas de recursos abióticos que le pertenecen, se presentan como el incentivo gubernamental para mantener el modelo extractivista del Estado. Se estima que para los próximos 10 años se recibirán cerca de 100 billones de pesos, y el Marco Fiscal de Mediano Plazo de 2012[1] señala que el crecimiento de este año estará explicado por los recursos dinamizadores provenientes de del sector minero-energético, y por el gasto de inversión de los gobiernos regionales y locales con el nuevo esquema de regalías.

Así las cosas, hemos construido un Estado especializado en materia minera, que basa sus éxitos en la cantidad de minerales e hidrocarburos extraídos y la cantidad de regalías obtenidas para financiar un aparato cada vez más grande –dada la especialización y el incremento de las demandas sociales-, pero con un detrimento en su capital natural. En otras palabras, hay una fuerte institucionalidad minera junto a una débil institucionalidad ambiental.

Las rentas mineras también son perseguidas por grupos armados al margen de la ley que extraen los recursos abióticos sin ningún control institucional ni escrúpulo, agravando el conflicto armado del país, e incrementando los impactos ambientales de dichas actividades. Todos juntos: guerrilla, bandas criminales, Estado, transnacionales y comunidades mineras, encuentran una estabilidad transitoria en los recursos económicos derivados de actividades extractivas en el suelo y subsuelo colombiano, pero desatienden los impactos que traerán para el país los cambios en la vocación del territorio que provee servicios ecosistémicos esenciales por la estabilidad de sus biomas –agua, aire, reciclaje de residuos, captura de carbono, entre otros-.

La potrerización del país es la consecuencia inmediata de ordenar el territorio basándose en el potencial minero y de hidrocarburos, por encima de la ordenación ecológica, buen indicador de la preferencia del Estado colombiano por los ingresos presentes y del desconocimiento que se tiene de nuestra gran diversidad biológica contenida en sus ecosistemas. Santos -y sus antecesores- tienen una deuda ambiental con el país.


Nuevas medidas de riqueza.

El Índice de Riqueza Inclusiva (IWI, por sus siglas en inglés) aporta elementos al debate aquí planteado. El IWI es un índice que mide el bienestar de los países desde un enfoque de sostenibilidad, y reconoce como elementos de riqueza al capital manufacturado (PIB), al capital humano (educación y habilidades) y al capital natural (combustibles fósiles, bosques, minerales, pesquerías y tierras para la agricultura). Se sostiene bajo una premisa básica: el bienestar intergeneracional incrementa sólo si la riqueza (medida en precios) incrementa en el mismo periodo de tiempo. De esta manera, la extensión del concepto de riqueza -usualmente reducido al PIB- reconoce el impacto que tiene la destrucción del capital natural y el capital humano en el crecimiento económico tradicional.

En el cálculo del IWI resaltan dos asuntos importantes para el país: i) para el periodo 1990-2008 Colombia tuvo un crecimiento anual del PIB de 2,01% en promedio, mientras que el capital natural decreció en el mismo periodo un 0.39% anual; y ii) el cálculo del IWI ajustado para cada habitante tuvo una disminución anual en el mismo periodo de 0.08%. Esto quiere decir que en el 2008 los habitantes de Colombia tenían 1.58% menos riqueza –o bienestar- que en el año 1990, pérdida atribuida a la destrucción del capital natural, en especial, la extracción de combustibles fósiles, el deterioro de tierras de cultivo, el aumento de pastizales y el deterioro de los bosques[2].


¿Qué es lo que buscamos como bienestar en Colombia?

La gruesa chequera del Estado y de las empresas minero-energéticas contrasta con la destrucción del capital natural que provee servicios ecosistémicos esenciales para el hombre y otras especies vivas, sin contar los impactos sociales que afectan las comunidades aledañas a los proyectos extractivos, y la exacerbación del conflicto armado en el país. Se privilegia el presente con las actividades que destruyen nuestro bienestar –como lo demuestra el IWI-, y celebramos las noticias que reportan aumentos en la extracción de petróleo, carbón, oro y níquel, sin siquiera ocuparnos de los impactos que generaron.

Oponerse a la extracción de recursos abióticos, sin embargo, es un galimatías. No se trata de sacar de nuestra estructura económica al sector minero-energético, sólo se trata ordenar el territorio ambientalmente, definiendo cuáles son los ecosistemas estratégicos que deben conservarse, y una vez establecidas las prioridades en materia ecológica, ahora sí organizar el territorio en materia minera y petrolera, no al revés. Esto implica: i) la identificación de la diversidad biológica que tiene el país y el reconocimiento de su capital natural para otorgarle el valor real que merece, asunto en el que el país está rezagado, ii) la participación de las comunidades que se ven impactadas directamente para que compartan la visión del mundo sobre el territorio en el que habitan, y iii) la definición de prioridades para el país en el mediano y largo plazo.

Estos serán los asuntos que ocupen la agenda pública de Colombia en los próximos años, y de los límites que se pongan a la actividad minero-energética, y de la reorganización ambiental del territorio, dependerá el bienestar de los colombianos. Por eso se hace impostergable la discusión, para saber con claridad cuáles son los impactos del modelo de desarrollo al que le estamos apostando, y cuál es el que queremos.   




[1] Disponible en: http://www.minhacienda.gov.co/portal/page/portal/MinHacienda1/MARCO%20FISCAL%20DE%20MEDIANO%20PLAZO%202012.pdf
[2] Disponible en: http://www.unep.org/newscentre/default.aspx?ArticleID=9174&DocumentID=2688

domingo, 24 de junio de 2012

CONCLUSIONES RÍO+20: DESESPERANZA MUNDIAL, TOMANDO EL CAMINO HACIA EL NO RETORNO.


Nacía una esperanza.
La esperanza que el mundo civil tenía en la Conferencia de Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible (CNUDS) Rio+20 acabó derrumbándose. Las expectativas sobredimensionaron la voluntad política de los países allí reunidos. El punto hacia el no retorno se acerca, y el mundo lo mira con indiferencia, con desgana, con total desconocimiento de las consecuencias para la vida en el planeta tierra.

Veinte años atrás, quizás en la Conferencia de Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible más productiva de todas las relacionadas con la temática ambiental, reunida en Río de Janeiro (Brasil), los países que hacen parte de Naciones Unidas se comprometieron con la protección de la biodiversidad y la disminución de emisión de gases efecto invernadero. La esperanza de retroceder el ritmo de destrucción de la vida era presumible para los años siguientes.  

20 años, y sin avances en materia ambiental.
Para 2012, los retos estaban por el lado de los combustibles fósiles utilizados para la generación de la energía que consume el mundo. La magnitud en la extracción y quema de petróleo, gas y carbón explica la disminución de la biodiversidad del planeta, exacerba conflictos nacionales e internacionales, los gases liberados aportan al cambio climático, y la contaminación del aire afecta la salud humana. Nada ha cambiado desde Río 1992.

La Agencia Internacional de Energía estima que para el 2050 al menos 70% de la energía que se consumirá en el mundo se seguirá obteniendo, como hoy, a partir de la quema de combustibles fósiles. La OCDE va más allá, y cree que la participación de combustibles fósiles no será menor de 85%.

El cambio de generación de energía con fuentes fósiles hacia energías renovables es imperativo. Incentivos desde el punto de vista económico, consciencia de las consecuencias de la inacción, y voluntad desde el punto de vista político para corregir los fallos que se presentan dentro del mercado son algunas de las propuestas para cambiar la agresiva emisión de carbono.

El mundo necesitaba que en la reunión de Río+20 los países se comprometieran a cambiar su mix energético hacia fuentes renovables, y un primer avance era el desmonte al subsidio de combustibles fósiles, presente en la mayor parte de economías del mundo. No hubo acuerdo para ello. Incluso, hubo posiciones como la de Venezuela que defienden los combustibles fósiles como eficientes y sostenibles. Estas declaraciones, aunque parezcan aisladas, irresponsables e irracionales, en la práctica explican los resultados de la CNUDS.

Por otro lado, el mundo sigue sin tener una organización que tome en serio los asuntos ecológicos y ambientales. La propuesta de Francia para crear una agencia que fuese el organismo especializado en el manejo del medio ambiente mundial dentro de Naciones Unidas, buscando trascender el actual Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), y con la intención de generar instrumentos que obliguen a las economías del mundo a poner límites a los procesos económicos, no tuvo eco en la CNUDS del 2012. Nada cambió en materia institucional.

Río+20 tampoco logró conseguir los recursos necesarios para financiar la conservación de bosques tropicales a través de mecanismos REDD. La creación de un fondo de US$30.000 millones anuales, provenientes de diferentes fuentes quedó frustrada. Mantener en pie los bosques será cada vez más difícil en los países del Sur.

La apuesta de la economía verde, título floreciente dado a la declaración emanada en Río, tampoco será obligatorio. Se exhorta a los países para que enfoquen sus políticas hacia el crecimiento verde, pero será voluntario.

En Colombia, nada que celebrar.
Colombia, mientras tanto, celebra que su propuesta de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) haya sido acogida dentro de la declaración. Reemplazarán a lo extensamente conocidos Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), planteados hasta el 2015. Los ODS serán, como los ODM, voluntarios. Al igual que la propuesta de economía verde, en nada resuelve los problemas ambientales que aquejan el planeta tierra.

Pero Colombia se destacó por ser uno de los 6 países menos sostenible. Si se descuenta de la producción económica la destrucción del capital natural, el crecimiento de su economía es negativo en términos per cápita. Colombia, entre 1990 y 2008, incrementó su PIB en un 35%, pero capital natural disminuyó 31% bajo las mediciones del nuevo Índice de Riquezas Inclusivas (IWI, por sus siglas en inglés).

La noticia no ha tenido mucho eco, pero significa que el crecimiento económico basado en extracción de commodities no es sostenible, destruye el capital natural y no se repone, deteriora ecosistemas y la biodiversidad del país. Los recursos naturales son finitos y tienen un valor, y su destrucción priva del disfrute de estos recursos a futuras generaciones, por lo que hay que descontarlo del crecimiento económico.

Colombia está lejos de ser una economía que respete su capital natural, así se precie de ser un país megadiverso. Producir a costa de su riqueza natural, en esencia, no es crecer. La trayectoria a largo plazo de la economía basada en la extracción de recursos naturales está condenada al fracaso, y a la destrucción de la vida misma. En Río+20, por tanto, Colombia también perdió.

Retos locales, incertidumbre global.
Ante el fracaso de la CNUDS en Río+20 no hay esperanza en la solución del deterioro global desde el escenario político internacional. Las esperanzas están puestas ahora en la iniciativa privada de las empresas y las familias. Mejoras en la eficiencia energética de la región, investigación y desarrollo que se enfoque en fuentes alternativas de energía, un menor consumo per cápita de la población mundial que disminuya la presión sobre los recursos naturales, y el pago por servicios ambientales para conservación de ecosistemas pueden ser las alternativas, que desde el sector privado, pueden revertir el deterioro ambiental que experimenta el planeta. El riesgo que se corre es que, desde lo local, no se evidencie la magnitud del problema, y el deterioro ambiental termine sobrepasando la voluntad de la iniciativa privada.

El gran perdedor de los tenues consensos de Río+20, sin lugar a dudas, es el planeta tierra y la vida que alberga. El deterioro de las condiciones del ambiente que permiten la supervivencia de las especies es cada vez más notorio, y el punto de no retorno está cada vez más cerca. Cada segundo que pasa la tierra es menos capaz de mantener la vida en su faz, y el hombre es el único responsable de que se agote. Lo paradójico es que intenta darle la espalda en cada oportunidad que tiene de oxigenarla.

domingo, 29 de abril de 2012

DESACELERACIÓN ECONÓMICA Y CAMBIO CLIMÁTICO. RETOS PARA UNA ECONOMÍA VERDE.


La economía mundial mantiene su atención puesta en dos fenómenos que afectan el bienestar de la humanidad: la crisis de deuda pública de los países europeos, y el cambio climático.

Luego de la reunión del G-20 en Ciudad de México, el pasado mes de febrero, y las alertas del Fondo Monetario Internacional (FMI)[1] y el Banco Mundial (BM)[2] sobre las perspectivas económicas de la economía global, es posible advertir que el final de la desaceleración económica de los países de la OCDE, especialmente los que pertenecen a la Comunidad Económica Europea (CEE), está lejos de desaparecer. Los temores por la diminución de la inversión, el deterioro de la deuda pública como porcentaje del PIB, y el aumento del desempleo estructural son señales poco alentadoras para la recuperación de la confianza de las familias y los inversionistas en el mercado internacional.

El problema de la desaceleración económica en los países europeos, que afecta al resto de países por las redes comerciales que sostiene la CEE en una economía abierta y globalizada, y los desalentadores informes del FMI y el BM, se encuentran en que no hay indicios de una recuperación de la inversión. Se evidencia un fenómeno de crowding out, en el que la inversión privada, manifestada en el ahorro privado, se encuentra paralizada por la pérdida de confianza ocasionada por el desafortunado manejo de la política fiscal que desincentiva las inversiones. Las brechas entre los rendimientos negativos de los bonos de deuda-país de Europa y el riesgo que perciben los inversionistas privados en futuros proyectos, afectan la inversión pública, y a la postre, retardan la recuperación de la economía mundial.

Zenghelis[3], en su informe de política publicado en el mes de abril,  señala que se evidencia un fenómeno definido como la paradoja del ahorro, en el que la tasa de acumulación del sector privado, especialmente del sector financiero, se elevó debido a que disminuyeron los créditos por la incertidumbre en el manejo de la política fiscal. De esta manera, las fuentes de financiación de nuevos proyectos se encuentra estancada por la falta de crédito –léase inversión- proveniente de la iniciativa privada.

El cambio climático, por su parte, ha dejado de ser una preocupación de académicos, ambientalistas y técnicos de gobierno. Su impacto ya lo siente la economía global. Para el BM, en lo que va corrido del 2012 el precio mundial de los alimentos se ha incrementado en un 8% por cuenta de él. El impacto no sólo se siente en las economías emergentes y los países con bajos ingresos por el efecto renta que afecta el bienestar de sus habitantes, sino en el desabastecimiento de alimentos en los países que pertenecen al OCDE.

En los últimos 5 años, se acentuaron las temporadas de sequías y lluvias en los países del trópico –países del sur-, lo que desequilibró los servicios ambientales que suministraban los ecosistemas. La atención de desastres por cuenta del cambio climático representa, para los países latinoamericanos, cerca del 3% del PIB. Aunque los principales emisores de GEI han sido los países desarrollados  -pertenecientes a la OCDE-, los impactos son recibidos por los países del sur –países emergentes y con bajos ingresos- quienes deben destinar presupuesto público en mitigar y adaptar los impactos del cambio climático, en una clara situación de inequidad mundial.

La economía verde intenta conciliar las problemáticas aquí advertidas. El mundo debe volcarse a una economía con baja emisión de carbono, así como debe procurar esfuerzos por incentivar la inversión privada para salir de la desaceleración en la que se encuentra.

Las fallas de mercado y las externalidades, que comúnmente son abordadas en los conflictos entre economía y ambiente, pueden ser superadas si los esfuerzos de la inversión privada mundial se concentran en proyectos que promuevan la eficiencia energética, baja utilización de carbono y menor utilización de recursos naturales, procurando un crecimiento económico basado en la innovación con altos incentivos de retornos en el corto plazo. Estos son procesos de crecimiento endógeno basados en innovación verde.

La inversión en infraestructura, por su parte, desde ser la apuesta de las economías que se encuentran en desaceleración debido a que es un sector nodo que incentiva la actividad económica. La sinergia público-privada puede significar la recuperación de la confianza de los inversionistas si se concentran en la generación de infraestructura energética basada en fuentes renovables. Los retornos de la inversión privada se encuentran garantizados por la buena perspectiva de demanda de electricidad mundial, la trayectoria de los precios en el mercado de futuros, y los incentivos que existen en el mercado internacional para invertir en sectores y tecnologías que promuevan la disminución de quema de combustibles fósiles.


La inversión pública en infraestructura energética de fuentes renovables, por su parte, garantiza la seguridad energética de cada país, reduce el desempleo por invertir en un sector que genera empleo en un horizonte de tiempo muy amplio –a diferencia de aquellos empleos que se generan con la extracción de recursos naturales no renovables-, reafirma el compromiso de cada país en la reducción de emisión de GEI, y motiva la generación de impuestos para superar los problemas de deuda que actualmente mantienen la desconfianza de los inversionistas privados.

Autores como Zenghelis[4], Acemolgu[5] y Aldy[6] señalan que invertir en proyectos de generación de energía limpia, como una estrategia para superar la desconfianza que impera en el sector financiero europeo, puede sacar a la economía mundial de su actual desaceleración. Enfocar el crecimiento económico en la generación de energías limpias es transitar hacia una economía verde, hacia un crecimiento sostenible.

Para economías emergentes como las Latinoamericanas, enfocar sus esfuerzos en la recepción de inversión extranjera directa en el sector energético de energías limpias puede reducir la dependencia que actualmente tienen en la extracción de recursos no renovables, puede garantizar un crecimiento económico sostenido en un horizonte de tiempo mucho más amplio, y pueden plantear políticas de mitigación y adaptación del cambio climático de una manera mucho más coherente.

La economía verde exige hacer tránsito de un crecimiento basado en la quema de combustibles fósiles, a un crecimiento basado en procesos intensivos en innovación verde y generación de energía limpia. Sólo así es posible plantear legislaciones coherentes con la mitigación y adaptación al cambio climático.



[1] International Monetary Fund. 2012. Restoring Confidence Crucial to Rebuilding World Recovery,
IMF Survey Magazine, [online] 28 January. Disponible en: http://www.imf.org/external/pubs/ft/
survey/so/2012/NEW012812A.htm
[2] World Bank. 2012.  Global economics prospect. Uncertainties and vulnerabilities. Volume 4, [online] January. Disponible en: http://siteresources.worldbank.org/INTPROSPECTS/Resources/3349341322593305595/8287139-1326374900917/GEP_January_2012a_FullReport_FINAL.pdf
[3] Zenghelis, Dimitri. 2012. A strategy for restoring confidence and economic growth through Green investment and innovation. Grantham Research Institute on Climate Change and the Enviroment. [online] April. Disponible en: http://www.businessgreen.com/digital_assets/5209/Growth_through_green_investment.pdf    
[4] Ibídem.
[5] Acemoglu, D., Aghion, P., Burszytyn, L., and Hemous, D., 2010. The environment and directed technological change. [pdf] GRASP Working Paper 21, mimeo Harvard. Available at: http://www.economics.harvard.edu/faculty/aghion/files/Environment%20and%20Directed.pdf
[6] Aldy, J., 2012. A preliminary review of the American recovery and clean energy package. Washington D.C. Resources for the Future.

lunes, 2 de abril de 2012

DOS SIGLOS HAN PASADO, Y LA INFRAESTRUCTURA SIN RESOLVERSE.


A propósito de los atrasos de la locomotora de la infraestructura en Colombia, resulta interesante revisar el papel de las vías de comunicación del país en la consolidación de mercados fragmentados, y la dificultad histórica para resolver el transporte de mercancías a lo largo de la geografía nacional.

En la época de la colonia, fueron muchas las dificultades que experimentaron quienes se atrevieron a emprender empresas. El problema de comunicación entre las principales ciudades de la colonia daba cuenta del difícil acceso a las regiones que hoy componen nuestro país. Caminos como los que comunicaban a Cartagena con Santa Fe, importantes para el comercio textil y bienes suntuarios, podrían durar alrededor de dos meses.

Para recorrer la distancia entre Cartagena y Honda, el transporte se realizaba a bordo de un Champán o embarcación rústica. Las mercancías se embarcaban en un viaje río arriba, por el Magdalena (río Grande), haladas por los zambos, mejor conocidos como bogas, a merced de las inclemencias del clima, ataques de tribus indígenas que no había sido posible encomendar, y las enfermedades de los zambos que podían retardar el viaje unos días más, mientras conseguían nuevos brazos.

Llegados a Honda, la mercancía emprendía un ascenso en un territorio hostil y boscoso hacia la sabana del altiplano cundiboyacense, en la cordillera oriental de los Andes. Los caminos empinados y escabrosos representaban el último obstáculo que debían superar quienes se atrevían a llevar bienes a Bogotá subidos en caballos y mulas, y ayudados por indios. Debían pasar por ríos y quebradas sin puentes, y que por cierto fueron construidos hasta bien entrado el siglo XX.  Desde luego que los productos perecederos traídos de un lugar a otro no llegaban siquiera a Honda, pues como lo relatan los viajeros de la época “la humedad carcome hasta la piel de los esclavos”.

El comercio se limitaba a mercados locales cercanos a los centros urbanos que producían los bienes y mercancías, pudiendo identificar tres focos de comercio. El primero se conformó en el occidente, en las cordilleras central y occidental, y giró en torno a la actividad minera, alrededor de Popayán y Santa Fe de Antioquia. El segundo se conformo en el centro-oriente, en los territorios de la cordillera Oriental, y se consolidaron haciendas agrícolas y manufacturas artesanales, alrededor de Tunja, Santa Fe y El Socorro.  El tercero, hacia la Costa Atlántica, se encontraba volcado a las actividades comerciales de productos provenientes del exterior, y encontraron en Cartagena y Santa Marta sus principales puntos de interés.

El circuito económico giraba en torno a las necesidades de las principales ciudades de las regiones. Y como el poder colonial estaba supeditado a lo político, la economía giraba en torno a las necesidades políticas de cada una de las regiones. El comercio entre ellas, por tanto, era una utopía por los altos costos de transporte.

Hoy, por supuesto, tenemos medios de transporte inimaginados en aquellos tiempos bicentenarios,  el comercio se ha multiplicado en millones, y las principales ciudades han cambiado –sólo Bogotá y Cartagena mantiene importancia nacional-. A pesar de lo anterior, las vías de transporte, especialmente las terrestres, presentan las mismas dificultades en relación a los altos costos en el transporte de mercancias entre ciudades y puertos que se presentaban en la colonia.

El principal corredor vial para la entrada y salida del comercio con el mundo Bogotá-Buenaventura posee solamente una ruta de acceso, el tiempo de desplazamiento promedio es de 18 horas, posee trayectos de un solo carril representando cerca del 40% del recorrido, y presenta tramos de alta accidentalidad como el de Cajamarca-Calarcá, en el paso de La Línea.

Por otro lado, la carretera Bogotá-Barranquilla, corredor importante para el comercio con Europa,  posee el 80% de su recorrido con un solo carril, su tiempo de recorrido tarda alrededor de 22 horas, y tal como ocurre con el anterior corredor, la adjudicación de la Ruta del Sol ha tenido que superar un sinnúmero de traspiés.

Los impactos del cambio climático, la degradación y deforestación de la cobertura boscosa, y la ganadería extensiva han devuelto a la memoria de los colombianos las inclemencias del paso Bogotá-Honda, obligado para quienes van de la capital colombiana a la costa atlántica. El comercio es aún muy vulnerable por esta ruta bicentenaria.

En estos dos siglos de República, todos los proyectos para mejorar de infraestructura colombiana han demorado su ejecución, y las nuevas licitaciones otorgadas en los tramos Bogotá-Girardot-Ibagué, y el túnel de La Línea, importantes para mejorar la competitividad del país, han tardado por temas contractuales, han subestimado los presupuestos y se duda de los consorcios por su capacidad técnica y financiera.

Estos dos ejemplos reflejan la realidad vial de todo un país. Perdimos la oportunidad histórica de mejorar nuestra malla vial nacional en el siglo XX, en gran medida por la falta de voluntad política de los gobiernos de turno; y hoy, en pleno siglo XXI, con lo grandes avances de la ciencia en ingeniería, seguimos perdiendo competitividad en un contexto de libre comercio, y en presencia deTLC's con Estados Unidos, Europa y Asia.

La sola asignación presupuestal de los proyectos de infraestructura vial no garantiza la terminación de las obras, como lo muestran innumerables ejemplos, y mientras tanto, 202 años después, nuestra difícil geografía sigue siendo citada para justificar los problemas que tenemos en nuestra infraestructura vial. 

domingo, 25 de marzo de 2012

PROSPERIDAD ECONÓMICA Y NECESIDADES SOCIO-AMBIENTALES. RETOS PARA AMÉRICA LATINA.


En menos de un mes se realizaron dos importantes eventos para América Latina: la IV Cumbre de las Américas y la reunión del BID en Montevideo. Al finalizar estos encuentros, el mensaje que se ha querido trasmitir a la comunidad internacional es claro: el escenario para América Latina en la próxima década es optimista debido a la trayectoria de los precios de los bienes primarios, la disminución de la exposición de los países al crédito internacional con el aumento de deuda pública emitida localmente, la efectividad de las políticas fiscales anticíclicas, el nivel de precios estable y las mayores posibilidades de emplear el tipo de cambio como un amortiguador ante las perturbaciones de la economía global. 

Se advierten, además, algunas vulneraciones para la región debido a la dependencia de productos primarios,  la llegada masiva de capitales del exterior, aumento del crédito interno, la debilidad fiscal por el aumento del gasto público en los últimos años, y la influencia de los bancos europeos. Dichas advertencias, se cree, no opacarán los buenos resultados que se esperan para los próximos años.

Las necesidades para la región también fueron discutidas en Colombia y Uruguay, y saltan a la vista los resultados poco alentadores en materia de reducción de pobreza, la inequidad de género, la vulneración de los derechos de los niños y niñas, el retraso en infraestructura,  la creciente oposición de las comunidades locales a la llegada del auge minero-energético, y el retroceso de los bosques tropicales. Los rezagos en materia socio-ambiental se constituyen en el principal reto del optimismo económico.

La llegada masiva de inversiones provenientes de Norteamérica, Europa y Asia se enfocará en el sector minero-energético. Petróleo, gas, oro, carbón y cobre seguirán siendo los motores del crecimiento. El aprovechamiento de recursos naturales es la apuesta de todos los gobiernos latinoamericanos,  se constituye en una de las principales fuentes de generación de recursos para la superación de problemáticas internas, y continuará con la trayectoria de convergencia de crecimiento del producto en una clara redistribución del ingreso entre los países del mundo. Los impactos generados en el campo social y ambiental, sin embargo, no se descuentan del crecimiento económico en Latinoamérica, aunque se generan dentro del ciclo de vida de los proyectos, e incluso trasciendan en tiempo y espacio; así como tampoco son compensados por las empresas que operan en este sector.

El optimismo presente en la región se debe principalmente a las buenas perspectivas de los precios de los commodities en el mercado internacional, pero las preocupaciones están puestas en los impactos que traerá concentrar el aparato económico en la extracción de bienes primarios. Boom minero-energético e impactos socioambientales serán, por tanto, los componentes que definirán la política económica, social y ambiental de los países latinoamericanos para los próximos años.

Una equivocada valoración de nuestros recursos naturales –incluidos los impactos que genera su extracción- puede convertir el optimismo en una percepción errónea de los policy makers latinoamericanos. Las vulneraciones advertidas en la reunión del BID en Montevideo y en la Cumbre de las Américas, y que parecen inofensivas para la Década de oro de Latinoamérica, se puede transformar en un cáncer que acabe con las ilusiones de progreso y desarrollo de la región si no se aprovecha la oportunidad para exigir a las empresas multinacionales un estricto respeto por el ambiente y cumplimiento de cada una de las legislaciones nacionales existentes, compensaciones que protejan la biodiversidad, y contribuciones parafiscales que aporten al mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes locales, fuera del pago de los royalities.

El problema no es oponerse al optimismo que impera en la región, y tampoco negarse a la llegada de inversiones en el sector minero-energético. Lo importante, entonces, es reconocer los impactos que se generan al volcar la actividad económica al sector minero; que la responsabilidad es compartida entre la empresa y el Estado, y que deben plantearse mecanismos de compensación más amplios que den cuenta de los impactos ambientales y sociales, y que a partir de estos se pueda garantizar la sostenibilidad desde lo local.